En el
capitulo anterior vimos la necesidad de pedir perdón en nuestras oraciones.
Dejar que el Espíritu Santo nos indique pecados y deudas, para confesarlas a
Dios y recibir el perdón.
Pero el
versículo del Padrenuestro que estamos estudiando dice “Y perdónanos nuestras
deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Para Dios es tan
importante que le pidamos perdón, como que perdonemos. Y de tal manera esto es
así, que Él condicionó nuestro perdón, a la forma en que perdonemos a los
demás. Por lo tanto, en este capítulo vamos a ver la importancia de perdonar a otros
y como nos afecta.
Cuando
alguien nos ofende, por lo general seguimos los siguientes pasos:
Enojo: La primera reacción
es enojarnos. “¿Quién se cree que es para hablarme así?” “Señor castígalo”. Incluso
lo disfrazamos diciendo que estamos heridos, asombrados, o algo similar para no
reconocer nuestro enojo con el ofensor. Pero debemos entender, que a veces Dios
permite que nos ofendan para madurar y crecer. Pero nosotros no pensamos en
eso, sino que seguimos hacia el siguiente paso.
Alimentación: Le damos de
comer a la ofensa, la cuidamos, la dejamos instalarse en todo nuestro cerebro y
desde ahí gobernarnos. Y nosotros se lo permitimos, recordándola.
Repetir la escena: El
siguiente paso es el de repetir la escena para no olvidarnos ningún detalle, en
cámara lenta, y hasta le vamos sacando todo lo que no nos gusta, la vamos
modificando para vernos mejor y ver la ofensa más grave y terrible.
Pero llega un
momento en que queremos olvidarnos, dejarla pasar o seguir con otra cosa, pero
ya se ha instalado, se ha adueñado de nosotros y de nuestro comportamiento.
Para eso debemos buscar la solución:
Dispersarla:
Entregándosela a Dios. Humillándonos ante Dios, pidiendo perdón por el rencor,
buscando su perdón y amor.
Pero ¿Por qué
es tan importante pedir perdón? Primero debemos reconocer que estamos en
proceso de llegar a ser como Dios, a la plenitud de un varón perfecto. (Ef 4.13).
En este proceso de maduración, debemos aprender a perdonarnos unos a otros
porque las relaciones con otros afectan nuestra relación con Dios (Mr 11.25-26.
1 Jn 2.10-11; 3.10). Por lo que podemos decir que aprender a perdonar es un
aspecto esencial del crecimiento.
Claro que la
base para poder perdonar a otros es que nosotros mismos hayamos sido
perdonados. El perdón es una llave importante hacia la libertad espiritual, la
victoria y el gozo.
En Mt
18.21-22 Jesús nos enseña sobre cuántas veces debemos perdonar. ¿7? ¿490? No,
debemos perdonar tantas veces como seamos ofendidos. Claro que nos parece
asombroso, hasta exagerado, pero debemos pensar y ver que esa es la norma por
la cual Él esta dispuesto a perdonarnos a nosotros.
Luego de esta
enseñanza, Jesús les narra una parábola (Mt 18.23-35). Que nos cuenta la
historia de un hombre que le debía al rey algo así como 10 millones de dólares.
Y el rey se lo perdonó porque suplicó. De la misma manera, Dios nos perdona la
deuda tan grande, imposible de pagar, a través del sacrificio y la sangre
derramada de Jesús. Pero este hombre tenía un amigo que le debía lo que hoy
serian 20 dólares, y no quiso perdonarlo, sino que lo entregó a la cárcel.
Cuando el rey se enteró, ¿que pasó? Condenó al hombre a los verdugos hasta que
pagara la deuda. ¿Qué nos enseña esta parábola? Que si no perdonamos, Dios nos
entregará al tormento, hasta que decidamos perdonar.
No solo basta
con perdonar cuando nos ofenden, sino que es recomendable mantener una actitud
correcta hacia los demás. ¿Cómo es posible mantener una actitud correcta hacia
los demás siempre, si hay personas que andan rondando como buitres esperando
que cometamos una falta? La palabra que se traduce "enemigo" en el
Antiguo Testamento, en hebreo significa "observador", uno que está
atento para criticar. Siempre hay personas esperando señalar nuestras faltas,
esperando que fracasemos. ¿Cómo mantener una actitud correcta?
La clave de
esta actitud correcta es la preparación. No debemos dejar pendiente la decisión
de cómo vamos a reaccionar con aquellos que nos ofenden, hasta que nos
encontremos con una situación así. Todas las mañanas, antes de salir de la
casa, podemos decidir responder con amor y perdón a aquellos que nos ofendan.
Que no vamos a permitir que el rencor nos robe la paz y el gozo. Esta simple
decisión diaria puede evitarnos muchos dolores de cabeza.
Cuando
perdonamos, liberamos en las manos de Dios a la persona que nos ha ofendido.
Soltamos la ofensa y al ofensor, renunciando al derecho de herir y lastimar a
la persona que nos ha herido, en otras palabras declinando el derecho de
vengarnos. Entonces estamos preparados para ver a Dios obrar. Por un lado
dándonos paz, guardando nuestros pensamientos (Fil 4.7-8)
y también haciendo justicia.
Bosquejo de
oración
1.
Pida a Dios que lo perdone.
1.1.
Resuelva sus pecados. Pídale al
Espíritu Santo que le muestre las esferas de su vida en las que no agrada a
Dios.
1.2.
Confiese su pecado. Póngase de
acuerdo con Dios y diga lo que él dice respecto de su pecado. Pídale que lo
ayude a odiar sus pecados con un odio absoluto, y que le ayude a liberarse de
su dominio.
2.
Perdone tantas veces como desea
ser perdonado.
2.1.
Medite respecto de la enorme
deuda de pecado que Dios le ha perdonado.
2.2.
De manera consciente y obrando
en su voluntad, perdone a aquellos que han pecado contra usted, y entréguelos a
Dios. Ore por aquellos que lo han ofendido.
3.
Determine en su voluntad
perdonar a cualquiera que lo ofenda durante este día.
3.1.
Hágase el propósito de devolver
bien por mal por el poder del Espíritu Santo.
3.2.
Formule esta declaración de fe:
"Amaré a mis enemigos. Bendeciré a quienes me maldigan y haré bien a
quienes me odian. Oraré por los que me ultrajan y por los que me
persiguen" (Mt 5.44).
Ore pidiendo experimentar en mayor medida el
fruto del Espíritu en su vida: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad,
fe, mansedumbre y templanza (Gá 5.22- 23).