Hay discrepancias sutiles, a menudo no identificadas
conscientemente, entre lo que sabemos que era cierto (algunas cosas que nos
habían enseñado de niño, y otras profundamente arraigadas en nuestro propio
sentido interior de los valores) y las filosofías de arreglo transitorio que se
encuentra a nuestro alrededor día tras día.
No pretendo decir que los elementos de la ética de la
personalidad (desarrollo de la personalidad, habilidades para la comunicación,
estrategias de influencia \ pensamiento positivo) no sean beneficiosos y algunas
veces de hecho esenciales para el éxito. Sé que lo son. Pero se trata de rasgos
secundarios, no primarios. Tal vez, al utilizar nuestra capacidad humana para
construir sobre los cimientos que nos han legado las generaciones que nos
precedieron, inadvertidamente nos centremos tanto en nuestra propia
construcción que olvidemos los fundamentos que la sustentan, o bien, al
cosechar un campo donde hace tanto tiempo que no sembramos, tal vez perdamos de vista la necesidad de sembrar.
Cuando trato de usar estrategias de influencia y tácticas
para conseguir que los otros hagan lo que yo quiero, que trabajen mejor, que se
sientan más motivados, que yo les agrade y se gusten entre ellos, nunca podré
tener éxito a largo plazo si mi carácter es fundamentalmente imperfecto, y está
marcado por la duplicidad y la falta de sinceridad. Mi duplicidad alimentará la
desconfianza, y todo lo que yo haga (incluso aplicando buenas técnicas de
«relaciones humanas») se percibirá como manipulador. No importa que la retórica
o las intenciones sean buenas; si no hay confianza o hay muy poca, faltarán
bases para el éxito permanente.
Solamente una bondad básica puede dar vida a la técnica.
Centrar la atención en la técnica es como estudiar en el
último momento, sólo para el examen. Uno a veces acaba arreglándoselas, o
incluso puede obtener buenas notas, pero si queremos lograr realmente el
dominio de las materias o desarrollar una mente culta, lo que hay que hacer es
esforzarse honestamente día tras día.
¿Alguna vez has considerado lo ridículo que sería tratar
de improvisar en una explotación agrícola?
Por ejemplo, olvidarse de sembrar en primavera,
haraganear todo el verano y darse prisa en otoño para recoger la cosecha. El
campo es un sistema natural.
Uno hace el esfuerzo y el proceso sigue. Siempre se
cosecha lo que se siembra; no hay ningún atajo.
En última instancia, el principio es igualmente válido
para la conducta y las relaciones humanas. También se trata de sistemas
naturales basados en la ley de la cosecha. A corto plazo, en un sistema social
artificial como es la escuela, uno puede arreglárselas si aprende a manipular
reglas creadas por el hombre, a «jugar el juego». En la mayoría de las
interacciones humanas breves, se puede utilizar la ética de la personalidad
para salir del paso y producir impresiones favorables mediante el encanto y la
habilidad, fingiendo interesarse en los hobbies de las otras personas. Hay técnicas rápidas y fáciles que pueden dar resultado en
situaciones a corto plazo. Pero los rasgos secundarios en sí mismos no
tienen ningún valor permanente en relaciones a largo plazo. Finalmente, si no
hay una integridad profunda y una fuerza fundamental del carácter, los desafíos
de la vida sacan a la superficie los verdaderos motivos, y el fracaso de las
relaciones humanas reemplaza al éxito acorto plazo.
Muchas personas con «grandeza» secundaria —es decir, con
reconocimiento social de sus talentos—carecen de «grandeza» primaria o de
bondad en su carácter. Un poco antes o un poco después, esto se advertirá en
todas sus relaciones prolongadas, sea con un socio en los negocios, con el
cónyuge, con un amigo o con un hijo adolescente que pasa por una crisis de
identidad. Es el carácter lo que se comunica con la mayor elocuencia. Como dijo
Emerson: «Me gritas tan fuerte con tus hechos que no puedo oír lo que me dices».
Desde luego, hay situaciones en las que las personas
tienen fuerza de carácter pero les falta habilidad para la comunicación, y ello
sin duda afecta también la calidad de las relaciones. Pero los efectos siguen
siendo secundarios.
En último término, lo que somos puede transmitirse con
una elocuencia mucho mayor que cualquier cosa que digamos o hagamos.
Todos lo sabemos. Hay personas en las que tenemos una confianza
absoluta porque conocemos su carácter. Sean elocuentes o no, apliquen o no
técnicas de relaciones humanas, confiamos en ellas, y trabajamos
productivamente con ellas.
Según William George Jordán: «En las manos de todo
individuo está depositado un maravilloso poder para el bien o el mal, la
silenciosa, inconsciente, invisible influencia de su vida. Ésta es simplemente
la emanación constante de lo que el hombre es en realidad, no de lo que finge
ser».
2 Co 9.6 “Pero esto digo: el que siembra escasamente,
también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente
también segará”
Os 8.7 “... sembraron viento, y torbellino segarán;…”
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