Gran parte de la literatura sobre el éxito de los últimos
cincuenta años es superficial.
Está llena de obsesión por la imagen, las técnicas y los
arreglos transitorios de tipo social (parches y aspirinas sociales) para
solucionar problemas agudos (que a veces incluso parecían solucionar
temporalmente) pero dejaban intactos los problemas crónicos subyacentes, que
empeoraban y reaparecían una y otra vez.
Poco después de la Primera Guerra Mundial la concepción
básica del éxito pasó a lo que podría llamarse la «ética de la personalidad».
El éxito pasó a ser más una función de la personalidad, de la imagen pública,
de las actitudes y las conductas, habilidades y técnicas que hacen funcionar los
procesos de la interacción humana. La ética de la personalidad, en lo esencial,
tomó dos sendas: una, la de las técnicas de relaciones públicas y humanas, y otra,
la actitud mental positiva. Algo de esta filosofía se expresa en máximas
inspiradoras y a veces válidas, como por ejemplo «Tu actitud determina tu
altitud», «La sonrisa hace más amigos que el entrecejo fruncido» y «La mente
humana puede lograr todo lo que concibe y cree».
Otras partes del enfoque basado en la personalidad eran
claramente manipuladoras, incluso falaces; animaban a usar ciertas técnicas
para conseguir gustar a las demás personas, o a fingir interés por los intereses
de los otros para obtener de ellos lo que uno quisiera, o a usar el «aspecto
poderoso», o a intimidar a la gente para desviarla de su camino en la vida.
Parte de esa literatura reconocía que el carácter es un
elemento del éxito, pero tendía a compartimentalizarlo, y no a atribuirle
condiciones fundacionales y catalizadoras. La referencia a la ética del carácter
se hacía en lo esencial de una manera superficial; la verdad residía en
técnicas transitorias de influencia, estrategias de poder, habilidad para la
comunicación y actitudes positivas.
En total contraste, casi todos los libros de más de
cincuenta años se centraban en lo que podría denominarse la «ética del
carácter» como cimiento del éxito: en cosas tales como la integridad, la humildad,
la fidelidad, la mesura, el valor, la justicia, la paciencia, el esfuerzo, la
simplicidad, la modestia y la «regla de oro». La autobiografía de Benjamín
Franklin es representativa de esa literatura. Se trata, básicamente, de la
descripción de los esfuerzos de un hombre tendentes a integrar profundamente en
su naturaleza ciertos principios y hábitos.
La ética del carácter enseña que existen principios
básicos para vivir con efectividad, y que las personas sólo pueden experimentar
un verdadero éxito y una felicidad duradera cuando aprenden esos principios y
los integran en su carácter básico.
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