Todos sabemos lo que es una cuenta bancaria. En ella
efectuamos depósitos y constituimos una reserva de la que podemos exigir
reintegros cuando los necesitamos. La «cuenta bancaria emocional» es una
metáfora de la confianza incorporada de una relación. Es el sentimiento de
seguridad que tenemos respecto de otro ser humano.
Si aumento mis depósitos en una cuenta bancaria emocional
de la que hago a usted depositario, mediante la cortesía, la bondad, la
honestidad, y mantengo mi compromiso con usted, yo constituyo una reserva. La confianza
que usted tiene en mí crece, y yo puedo apelar a esa confianza muchas veces, en
el caso de que la necesite. Incluso puedo equivocarme, y ese nivel de
confianza, esa reserva emocional, compensará la diferencia. Puede que mi
comunicación no sea clara, pero usted me entenderá de todos modos. Cuando la cuenta
de confianza es alta, la comunicación es fácil, instantánea y efectiva.
Pero si tengo la costumbre de mostrarme descortés e
irrespetuoso, de interrumpirlo, de exteriorizar reacciones desmesuradas, de
ignorarlo, de comportarme con arbitrariedad, de traicionar su confianza, de amenazarlo,
si en su vida no valgo dos céntimos, finalmente mi cuenta bancaria emocional
quedará al descubierto. El nivel de confianza será muy bajo. ¿Qué flexibilidad
puedo esperar?
Ninguna. Estoy paseando por un campo minado. Debo tener
mucho cuidado con todo lo que digo. Sopeso cada palabra. Protejo mi
retaguardia, politiqueo. Y muchas organizaciones funcionan así. Muchas familias
funcionan así. Muchos matrimonios funcionan así.
Si una gran reserva de confianza no se sostiene mediante
depósitos constantes, el matrimonio se deteriora.
En lugar de una comunicación y una comprensión ricas,
espontáneas, la situación se convierte en acomodaticia, en la que dos personas
simplemente tratan de vivir con estilos diferentes, de manera respetuosa y
tolerante. La relación puede deteriorarse más, y volverse hostil y defensiva.
La respuesta «de lucha o fuga» da origen a batallas verbales, portazos,
mutismo, repliegue emocional y autocompasión. Puede terminar en una guerra fría
en un hogar sostenido sólo por los hijos, el sexo, la presión social o la
protección de la imagen. O bien concluir en una guerra abierta en los
tribunales, donde pueden librarse durante años amargas batallas legales que
destruyen el ego, mientras cada una de las partes revive los pecados del otro
ex cónyuge.
Y esto ocurre en la relación más íntima, de mayor riqueza
potencial, más gozosa, satisfactoria y productiva de todas las relaciones
posibles en este mundo. El faro P/CP está ahí; podemos chocar contra él o
utilizarlo como una luz guía.
Nuestras relaciones más constantes, por ejemplo el
matrimonio, requieren los depósitos más constantes.
Con expectativas que no menguan, los antiguos depósitos
se evaporan. Cuando uno se encuentra con un antiguo compañero de la escuela
media que no ha visto durante años, puede retomar la relación exactamente donde
la había dejado, porque allí están todavía los antiguos depósitos. Pero las
cuentas con las personas con las que interactuamos más frecuentemente requieren
de depósitos más constantes. Las interacciones diarias o las impresiones que
dejamos (de las que ni siquiera nos damos cuenta) determinan a veces reintegros
automáticos. Esto es especialmente cierto con respecto a los adolescentes.
Supongamos que uno tiene un hijo adolescente y que las
conversaciones normales con él siguen la línea de «Limpia tu cuarto, abotónate
la camisa, apaga la radio, ve a cortarte el pelo, ¡y no te olvides de sacar la basura!».
Al cabo de un período de tiempo, los reintegros exceden en mucho a los
depósitos.
Ahora bien, supongamos que ese hijo está a punto de tomar
algunas decisiones importantes que afectarán al resto de su vida. El nivel de
confianza es tan bajo y la comunicación está tan cerrada, y es tan mecánica e insatisfactoria,
que el jovencito simplemente no mostrará ninguna receptividad hacia sus
consejos. Usted puede tener conocimientos y sabiduría para ayudarlo, pero como
su cuenta está tan al descubierto, su hijo terminará tomando una decisión con
una perspectiva emocional a corto plazo, de la que bien pueden resultar muchas consecuencias
negativas a largo plazo.
Usted necesita un equilibrio positivo para comunicarse
sobre esas delicadas cuestiones. ¿Qué hacer entonces?
¿Qué sucedería si empezara a tomar decisiones
concernientes a la relación? Tal vez tenga oportunidad de tener con el muchacho
pequeñas atenciones: comprarle una revista sobre patinaje si el tema le
interesa, o acercarse a él cuando trabaja en un proyecto escolar, para
ofrecerle ayuda. Tal vez pueda invitarlo al cine, o llevarlo a tomar un helado.
Probablemente el depósito más importante entre los posibles consista
simplemente en escuchar, sin juzgar, predicar o leer su propia autobiografía en
lo que él le dice. Solamente escuche y trate de entender. Hágale sentir su
preocupación por él, el hecho de que lo acepta como persona.
Puede que al principio el joven no reaccione. Incluso
puede desconfiar. « ¿Qué pretende papá? ¿Qué técnicas está ensayando esta vez
mamá conmigo?» Pero en la medida en que esos depósitos auténticos no se interrumpan,
empezarán a sumarse. Disminuirán nuestros números rojos.
Recuerde que el arreglo rápido es un espejismo. Construir
y reparar las relaciones lleva tiempo. Sí uno se impacienta por la falta de
respuesta o la ingratitud aparentes, tal vez esté retirando grandes cantidades
y anulando todo el bien que ha hecho. «Después de todo, nuestros sacrificios
fueron por ti. ¿Cómo puedes ser tan ingrato? Tratamos de ser buenos contigo y
tú actúas así. ¡No puedo creerlo!»
Es difícil no impacientarse. Para ser proactivos,
centrarse en el círculo de influencia y cultivar lo que crece, se necesita
carácter, y no «tirar de las flores para ver cómo están las raíces».
Pero en esto no hay en realidad ninguna posibilidad de
arreglo rápido. La construcción y reparación de relaciones supone una inversión
a largo plazo.
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