Permíteme sugerir seis depósitos principales capaces de
constituir una cuenta bancaria emocional.
Comprender al individuo
Uno de los depósitos más importantes que pueden hacerse
consiste en procurar realmente comprender a la otra persona; ésta es la clave
de todos los otros depósitos. Simplemente no sabemos en qué consiste «depositar»
en otra persona hasta que se comprende al individuo. Lo que para usted podría
ser un depósito — dar un paseo para hablar, ir a tomar un helado, trabajar
juntos en un proyecto común— no siempre es percibido como tal por los otros.
Incluso es posible que se perciba como un retiro, si no tiene que ver con los
intereses o necesidades profundos de la persona.
Lo que para alguien es una misión, para otro es una
minucia. Cuando hacemos un depósito, lo que es importante para la otra persona
debe ser tan importante para nosotros como lo es esa persona. Tal vez estemos
trabajando en un proyecto de alta prioridad cuando nuestro hijo de seis años
nos interrumpe con algo que para nosotros es trivial, pero para él tiene mucha
importancia. Se necesita del segundo hábito para reconocer y volver a
comprometerse con el valor de esa persona, y del tercer hábito para subordinar
nuestros horarios a esa prioridad humana. Al reconocer el valor que el propio
niño asigna a lo que tiene que decir, demostramos comprenderlo, y de este modo
efectuamos un gran depósito.
La regla de oro dice: «Trata a los otros como querrías
que ellos te trataran a ti». Si bien superficialmente esto podría entenderse
como hacer por los otros lo que queremos que ellos hagan por nosotros, creo que
en un aspecto más esencial quiere decir que hay que comprenderlos profundamente
en tanto individuos, como nosotros mismos querríamos ser comprendidos, y después
tratarlos en los términos de esa comprensión. Un padre inteligente ha dicho
sobre la educación de los hijos: «Hay que tratarlos a todos igual, es decir, a
cada uno de modo diferente».
Prestar atención a las pequeñas cosas
Las pequeñas bondades y atenciones son muy importantes.
Las pequeñas asperezas, las pequeñas faltas de respeto, suponen reintegros
importantes. En una relación, las cosas grandes son las cosas pequeñas.
Mantener los compromisos
Mantener un compromiso o una promesa es un depósito de
suma importancia; romperlos representa un importante reintegro. De hecho,
probablemente no haya reintegro de más peso que hacer una promesa importante y
después no cumplirla. La próxima vez que volvamos a hacer una promesa, no nos
creerán. La gente tiende a construir sus esperanzas en torno a promesas, en
particular en promesas concernientes a su subsistencia básica.
Como padre, he tratado de llevar a la práctica la
filosofía de no hacer nunca una promesa que no pueda mantener. Por lo tanto,
mis promesas son muy cuidadosas, muy pocas, y trato de ser consciente de todas
las variables y contingencias posibles, de modo que no surja de pronto algo que
me impida cumplirlas.
A veces, a pesar de mis esfuerzos, aparece lo inesperado,
creando una situación en la que sería insensato o imposible mantener la promesa
hecha. Pero valoro esa promesa. De todos modos la mantengo o le explico abiertamente
la situación a la persona involucrada, y le pido que me libere de la promesa
que le hice.
Creo que si cultivas el hábito de mantener siempre las
promesas que haces, tenderás puentes de confianza que pasen sobre las brechas
de incomprensión que puedan existir entre vos y las personas que te rodeen.
Entonces, por ejemplo, cuando un hijo quiera hacer algo que uno no quiere que
haga, y cuyas consecuencias puede prever una persona madura, pero no el niño,
podemos decirle: «Hijo, si haces esto, te aseguro que esto otro será el resultado».
Si en ese niño se ha cultivado la confianza en la palabra de los padres, en sus
promesas, seguirá el consejo.
Aclarar las expectativas
Imagine las dificultades que debería afrontar si usted y
su jefe tuvieran diferentes supuestos acerca de a quién le corresponde
describir la tarea que usted hace.
« ¿Cuándo voy a tener la descripción de mi puesto?»,
podría preguntar usted.
«He estado esperando que me la trajera para discutirla»,
podría responder su jefe.
«Creo que describir mi puesto le corresponde a usted.»
«Ése no es mi rol en absoluto. ¿No se acuerda? Desde el
principio le dije que el modo en que se desenvuelva en gran medida depende de
usted.»
«Pensé que quería decir que la calidad de mi trabajo
dependía de mí. Pero ni siquiera sé en qué consiste realmente mi trabajo.»
Las expectativas poco claras en el área de las metas
también socavan la comunicación y la confianza.
«Hice exactamente lo que usted me pidió que hiciera y
aquí está el informe.»
«No quiero un informe. La meta era resolver el problema,
no analizarlo e informar sobre él.»
«Creí que la meta era una buena caracterización del
problema para que algún otro se hiciera cargo de la solución.»
¿Cuántas veces hemos mantenido esta clase de
conversaciones?
«Usted dijo...»
«No, se equivoca. Yo dije...»
«Pero no, usted nunca dijo que se suponía que yo...»
« ¿Cómo que no? Yo claramente dije...»
«Usted nunca mencionó...»
«Pero si ése fue nuestro acuerdo...»
La causa de casi todas las dificultades que aparecen en
las relaciones arraiga en expectativas conflictivas o ambiguas en torno a los
roles y metas. Ya se trate de la cuestión de quién hace qué en el trabajo, de
cómo se comunica uno con su hija cuando le dice que arregle su cuarto, o de
quién pondrá la comida al pez y sacará la basura, podemos estar seguros de que
las expectativas poco claras provocarán incomprensiones, decepciones y retiros
de confianza.
Muchas expectativas son implícitas. No han sido
anunciadas o enunciadas explícitamente, pero sin embargo las personas las
incorporan a una situación particular. En el matrimonio, por ejemplo, el hombre
y la mujer tienen expectativas recíprocas respecto de sus roles. Aunque no se
hayan examinado (y a veces ni siquiera reconocido por la persona que las
alberga), satisfacerlas provoca grandes depósitos para la relación, mientras
que violarlas representa reintegros.
Por ello es tan importante, siempre que se ingresa en una
situación nueva, poner todas las expectativas sobre la mesa. Las personas las
utilizarán para empezar a juzgarse recíprocamente, y si sienten que se han violado
sus expectativas básicas, la reserva de confianza disminuirá. Creamos muchas
situaciones negativas al dar por sentado que nuestras expectativas son
evidentes por sí mismas, y que los otros las comprenden y comparten claramente.
El depósito consiste en comenzar con expectativas claras
y explícitas. Esto supone una inversión real de tiempo y esfuerzo al principio,
pero el ahorro de grandes cantidades de tiempo y esfuerzo para más adelante.
Cuando las expectativas no son claras y compartidas, la
gente empieza a verse envuelta emocionalmente, y las incomprensiones se
multiplican, originando colisiones y fracturas de la comunicación.
La clarificación de las expectativas requiere a veces
mucho coraje. Actuar como si no existieran diferencias y confiar en que las
cosas marcharán parece más fácil que afrontar esas diferencias y trabajar
juntos para llegar a un conjunto de expectativas mutuamente acordadas.
Demostrar integridad personal
La integridad personal genera confianza y constituye la
base de muchos tipos diferentes de depósitos.
La falta de integridad puede socavar casi cualquier otro
esfuerzo tendente a crear grandes cuentas de confianza. Es posible tratar de
comprender, recordar las pequeñas cosas, mantener las promesas, aclarar y satisfacer
las expectativas, sin que por ello se constituyan reservas de confianza si las
personas actúan con duplicidad interior.
La integridad incluye la veracidad, pero va más allá de
ella. La veracidad consiste en decir la verdad: en otros términos, en adecuar
nuestras palabras a la realidad. La integridad consiste en adecuar la realidad
a nuestras palabras; en otros términos, mantener las promesas y satisfacer las
expectativas. Esto requiere un carácter integrado, una unicidad,
primordialmente con uno mismo, pero también con la vida.
Uno de los modos más importantes de poner de manifiesto
la integridad consiste en ser leales con quienes no están presentes. De esa
manera construimos la confianza de los que sí lo están.
Cuando uno defiende a quienes están ausentes, retiene la
confianza de los presentes.
Supongamos que el lector y yo conversamos a solas, y que
criticamos a nuestro supervisor como no nos atreveríamos a hacerlo en su
presencia. Ahora bien, ¿qué sucederá si el lector y yo nos enemistamos? El
lector sabrá que yo voy a hablar de sus defectos con algún otro. Eso es lo que
usted y yo hemos hecho a espaldas de nuestro supervisor. Usted conoce mi
carácter. Yo digo amabilidades frente a frente y hablo mal por detrás.
Usted me ha visto hacerlo.
Ésa es la esencia de la duplicidad. ¿Puede esto crear una
reserva de confianza en la cuenta que yo tengo depositada en usted?
Por otra parte, supongamos que usted empieza a criticar a
nuestro supervisor y yo estoy básicamente de acuerdo con algunas de esas
críticas, de modo que le propongo que vayamos directamente a ver a ese hombre para
exponerle efectivamente de qué modo podrían mejorarse las cosas. En tal caso,
¿qué sabría usted acerca de lo que yo voy a hacer si alguien lo critica a sus
espaldas?
Tomemos otro ejemplo. Supongamos que en mi esfuerzo por
construir una relación con usted, le digo algo que otra persona me ha confiado
en secreto. «Realmente no debería decírselo, pero como usted es mi amigo...»
Esa deslealtad mía respecto de otra persona, ¿acrecentaría mi cuenta de
confianza en usted? ¿O lo llevaría a preguntarse, por su parte, si las cosas
que usted mismo me ha confiado no las estoy compartiendo con otros?
Podría parecer que esa duplicidad efectúa un depósito en
la persona con la que se está, pero en realidad es un reintegro, porque lo que
uno comunica es la propia falta de integridad. Así se puede conseguir el huevo de
oro del placer transitorio consistente en despreciar a alguien o compartir
información privilegiada, pero estamos ahogando a la gallina, debilitando la
relación que proporciona un placer duradero en la asociación.
La integridad en una realidad interdependiente consiste
simplemente en que uno trata a todo el mundo siguiendo el mismo conjunto de
principios. Cuando lo hagamos, las personas llegarán a confiar en nosotros.
Puede que al principio no aprecien las francas
experiencias de confrontación que esa integridad es capaz de generar. La
confrontación exige un considerable coraje, y muchas personas preferirían
seguir la vía de la menor resistencia, desmereciendo y criticando, traicionando
confidencias, o participando en el chismorreo sobre otros a espaldas de ellos.
Pero, a largo plazo, la gente confiará en nosotros y nos respetará si somos
veraces, abiertos y amables con ella. Importamos lo bastante como para que
valga la pena la confrontación. Y se dice que poseer la confianza de alguien en
más que poseer su amor. A largo plazo, estoy convencido de que quien tiene la
confianza también tendrá el amor.
Como maestro y como padre, he descubierto que la clave de
los noventa y nueve es el restante uno, en particular ese uno que pone a prueba
la paciencia y el buen humor de los muchos. Es el amor y la disciplina del «uno»
(estudiante o hijo) lo que transmite amor a los otros. El modo en que tratamos
al «uno» revela el modo en que consideramos a los noventa y nueve restantes,
porque en última instancia cada uno de ellos es «un uno».
Integridad significa también evitar toda comunicación
engañosa, desleal o que no respete la dignidad de las personas. Según la
definición de la palabra, «mentira es toda comunicación que intenta engañar».
Ya nos comuniquemos con palabras o conductas, si somos íntegros, nunca podremos
intentar el engaño.
Disculparse sinceramente cuando realiza un reintegro
Cuando realizamos reintegros de una cuenta bancaria
emocional, debemos disculparnos y hacerlo sinceramente. Las siguientes palabras
sinceras representan depósitos considerables:
«Me equivoqué».
«No fue amable por mi parte.»
«Fui irrespetuoso»
«No respeté su dignidad, lo lamento profundamente.»
«Te avergoncé frente a tus amigos, sin ningún derecho. No
debí hacerlo, ni siquiera para demostrar que yo tenía razón. Discúlpame.»
Se necesita mucha fuerza de carácter para disculparse con
rapidez, de todo corazón y no de mala gana.
Para disculparse auténticamente es necesario ser dueño de
uno mismo y tener una seguridad profunda respecto de los principios y valores
fundamentales.
Las personas con poca seguridad interior no pueden
disculparse, porque ello las lleva a sentirse demasiado vulnerables. Les parece
que se muestran blandas y débiles, y temen que los otros se aprovechen de su debilidad.
Su seguridad se basa en las opiniones de los otros, y les preocupa lo que ellos
puedan pensar.
Además, por lo general, se sienten justificadas en lo que
han hecho. Justifican su propio error con el error de algún otro. Y si llegan a
disculparse, lo hacen superficialmente.
«Si vas a hacer una reverencia, que tu inclinación sea
pronunciada», dice la sabiduría oriental. «Paga hasta la última moneda», dice
la ética cristiana. Para constituirse como depósito, la disculpa tiene que ser
sincera. Y tiene que percibirse como sincera.
Leo Roskin enseñó que «El débil es el cruel. La
amabilidad sólo puede esperarse del fuerte».
Las disculpas sinceras representan depósitos; las
disculpas reiteradas e interpretadas como insinceras representan reintegros. Y la
calidad de la relación lo refleja.
Una cosa es cometer un error, y otra muy distinta no
admitirlo. La gente perdona los errores, porque los errores suelen ser cosas de
la mente, del juicio. Pero no se perdonan fácilmente los errores del corazón,
la mala intención, los malos motivos, la justificación que por orgullo pretende
encubrir el error.
Las leyes del amor y las leyes de la vida
Cuando efectuamos depósitos de amor incondicional, cuando
vivimos las leyes primordiales del amor, también estamos animando a otros para
que lo hagan. En otras palabras, cuando verdaderamente amamos a los demás sin
poner condiciones, sin ataduras, los ayudamos a sentirse seguros, a salvo,
validados y afirmados en su mérito esencial, en su identidad e integridad.
Se anima su proceso natural de desarrollo. Les
facilitamos la vivencia de las leyes de la vida — cooperación, contribución,
autodisciplina, integridad— y a descubrir y ser fieles a lo mejor y más
importante de su propio interior. Les otorgamos la libertad de actuar sobre la
base de sus propios imperativos internos, en lugar de reaccionar a nuestras
condiciones y limitaciones. Esto no significa que seamos permisivos o blandos, lo
cual es en sí mismo un reintegro importante. Aconsejamos, imploramos,
establecemos límites y consecuencias. Pero amamos a cualquier precio.
Cuando violamos las leyes primordiales del amor —cuando
imponemos ataduras y condiciones a ese don— en realidad animamos a los otros a
violar las leyes primordiales de la vida. Los colocamos en una situación defensiva
y reactiva en la que sienten que tienen que demostrar: «Yo importo como
persona, independientemente de ti».
En realidad, no son independientes. Son contra
dependientes; esto es otra forma de dependencia y está en el extremo inferior
del continuum de la madurez. Se vuelven reactivos, casi centrados totalmente en
el enemigo, más preocupados por defender sus «derechos» y por producir pruebas
de su individualidad, que por escuchar proactivamente y por hacer honor a sus
propios imperativos internos.
La rebelión es un nudo del corazón, no de la mente. La
clave es efectuar depósitos, depósitos continuos de amor incondicional.
Dag Hammarskjold, ex secretario general de las Naciones
Unidas, formuló cierta vez una observación profunda y de amplio alcance: «Es
más noble entregarse por completo a un individuo, que trabajar con diligencia
por la salvación de las masas».
Entiendo que esto significa que puedo dedicar ocho, diez
o doce horas al día, cinco, seis o siete días a la semana, a los millares de
personas y proyectos que están «allí afuera», y sin embargo no tener una
relación profunda, significativa, con mi esposa, mi hijo adolescente o mis
compañeros de trabajo más próximos. Y requeriría más nobleza de carácter —más
humildad, coraje y fuerza— reconstruir esas relaciones singulares, que seguir
consagrando todas esas horas a una multitud de personas y causas.
Para crear la unidad necesaria en la conducción efectiva
de la empresa, de una familia o un matrimonio, se requiere gran fuerza y coraje
personales. En el desarrollo de relaciones, no se puede compensar la falta de nobleza
del carácter personal con numerosas habilidades técnicas para la administración
del trabajo. Es en un nivel muy esencial, de persona a persona, donde vivimos
las leyes primordiales del amor y la vida.
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