Cuando penetramos profundamente en nosotros mismos y
reorganizamos nuestros paradigmas básicos para ponerlos en armonía con
principios correctos, creamos al mismo tiempo un centro efectivo que nos da
poder y una óptica clara a través de la cual podemos ver el mundo. Podemos
entonces centrar esa óptica en el modo en que nosotros, como individuos únicos,
nos relacionamos con ese mundo.
Frankl dice que no inventamos sino que detectamos nuestra
misión en la vida. Creo que todos tenemos un monitor o sentido interno, una
conciencia moral, que nos permite percatarnos de nuestra singularidad y de las
contribuciones específicas que podemos realizar. En palabras de Frankl: «Toda
persona tiene su propia misión o vocación específicas en la vida... En ellas no
puede ser reemplazada, ni su vida puede repetirse. De modo que la tarea de cada
uno es tan única como su oportunidad específica para llevarla a cabo».
Cuando procuramos dar expresión verbal a ese carácter
único, de nuevo recordamos la importancia fundamental de la proactividad y del
trabajo dentro de nuestro círculo de influencia. Buscarle a nuestra vida algún
significado abstracto en nuestro círculo de preocupación equivale a abdicar de
nuestra responsabilidad proactiva, poner nuestra primera creación propia en
manos de las circunstancias o de otras personas.
Nuestro significado viene de adentro. Para citar de nuevo
a Frankl: «En última instancia, el hombre no debe preguntar cuál es el
significado de su vida, sino reconocer que él mismo es el interrogado. En una
palabra, cada hombre es interrogado por la vida, y sólo puede responder a la
vida respondiendo por su propia vida; a la vida sólo puede responderle siendo
responsable».
La responsabilidad personal, o proactividad, es
fundamental para la primera creación. Volvamos a la metáfora informática: el
primer hábito dice «Tú eres el programador». A continuación, el segundo hábito
agrega: «Formula el programa». Mientras uno no acepte la idea de
que es responsable, de que es el programador, no se dedicará a formular el
programa.
Como personas proactivas, podemos empezar a dar expresión
a lo que queremos ser y hacer en nuestras vidas. Podemos redactar un enunciado
de nuestra misión personal, una constitución personal.
Un enunciado de misión no es algo que se escriba de la
noche a la mañana. Requiere una introspección profunda, un análisis cuidadoso,
una expresión meditada, y a menudo muchos borradores, hasta llegar a la forma
final. Tal vez pasen varias semanas o incluso meses antes que usted se sienta
realmente cómodo con él, antes que lo vea como expresión completa y concisa de
sus valores y orientaciones más íntimos. Incluso entonces querrá revisarlo
regularmente y efectuar cambios menores a medida que los años le procuren
nuevas comprensiones o traigan consigo nuevas circunstancias.
Pero, en lo fundamental, su enunciado de misión se
convierte en su constitución, en expresión sólida de su punto de vista y sus
valores. Pasa a ser el criterio con el que se miden todas las otras cosas de su
vida.
El proceso es tan importante como el producto. Escribir o
revisar un enunciado de misión es algo que efectúa cambios en nosotros al
obligarnos a pensar en nuestras prioridades con profundidad y cuidado, y a
alinear nuestra conducta con nuestras creencias. Al hacerlo, otras personas
empiezan a sentir que no estamos a merced de lo que nos sucede. Uno tiene un
sentido de misión acerca de lo que está tratando de hacer, y ello le
entusiasma.
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