domingo, 30 de noviembre de 2014

Centros alternativos

Todos tenemos un centro, aunque por lo general no lo reconozcamos como tal. Tampoco reconocemos sus efectos omnímodos que inciden en todos los aspectos de nuestras vidas.
Examinemos brevemente varios centros o paradigmas nucleares típicos para comprender mejor cómo afecta a estas cuatro dimensiones fundamentales y, en última instancia, al flujo vital que emana de ellas.
Centrarse en el cónyuge. El matrimonio puede ser la relación humana más íntima, la más duradera, la que más desarrollo genera. Podría parecer natural y muy adecuado centrarse en la esposa o el esposo.
Pero existe un problema, la fuerte dependencia emocional.
Si nuestro sentimiento de valía emocional proviene primordialmente de nuestro matrimonio, nos volvemos altamente dependientes de esa relación. Somos vulnerables a los estados de ánimo y los sentimientos, la conducta y el tratamiento que nos da nuestro cónyuge, 0 a cualquier hecho exterior con el que pueda tropezar el matrimonio: un nuevo hijo, los parientes políticos, los reveses económicos, los éxitos sociales, etcétera.
Cuando en el matrimonio se acrecientan las responsabilidades y aparecen las tensiones, nos inclinamos a volver a los guiones que nos inculcaron durante nuestro crecimiento. Pero lo mismo hace nuestro cónyuge.
Ahora bien, esos antiguos guiones de los dos miembros de la pareja no suelen ser idénticos. Emergen a la superficie modos diferentes de abordar las cuestiones económicas, la disciplina de los hijos, los parientes.
Cuando esas tendencias profundas se combinan en el matrimonio con la dependencia emocional, la relación centrada en el cónyuge revela toda su vulnerabilidad.
Si dependemos de la persona con la que estamos en conflicto, necesidad y conflicto quedan unidos.
Desmesuradas reacciones de amor-odio, inclinación a la lucha o la evasión, el repliegue, la agresividad, la amargura, el resentimiento y la fría competencia son algunos de los resultados habituales. Cuando aparecen tendemos a retroceder a inclinaciones y hábitos aún más antiguos, en un esfuerzo por justificar y defender nuestra propia conducta y atacar la de nuestro cónyuge.
Inevitablemente, al sentirnos demasiado vulnerables, necesitamos protegernos de las nuevas heridas. De modo que recurrimos al sarcasmo, al humor hiriente, a la crítica, a todo lo que nos evite sacar a la luz nuestra ternura interior. Cada parte tiende a esperar que la otra tome la iniciativa en el amor, sólo para sentirse defraudada pero también confirmada en la justicia de las acusaciones que hace.
En relaciones de este tipo, cuando todo parece ir bien no hay más que una falsa seguridad. Actúan como guía las emociones del momento. La sabiduría y el poder se pierden en las interacciones negativas contra dependientes.
Centrarse en la familia. Otro centro común es la familia. También esto parece ser natural y adecuado.
Como área de dedicación y compromiso profundos, proporciona grandes oportunidades para relaciones intensas, para amar, compartir, para mucho de lo que hace que la vida sea digna de vivirse. Pero como centro, paradójicamente, destruye los mismos elementos necesarios para el éxito familiar.
Las personas centradas en la familia obtienen su sentido de la seguridad o la valía personal de la tradición, cultura y reputación familiares. De tal modo, se vuelven vulnerables a cualquier cambio de esa tradición o cultura y a cualquier influencia que afecte a esa reputación.
Los padres centrados en la familia no tienen la libertad emocional ni el poder de educar a sus hijos pensando en su verdadero bienestar. Si extraen su seguridad de la familia, su necesidad de caer bien a los niños y de que les admiren puede supeditar el compromiso a largo plazo con el crecimiento y el desarrollo de los hijos. O tal se centren en la conducta adecuada y correcta del momento. Toda conducta que consideren impropia amenazará su seguridad. Se trastornan, guiados por emociones circunstanciales, y reaccionan espontáneamente a las preocupaciones inmediatas, sin pensar en el crecimiento y el desarrollo a largo plazo de los jóvenes. Tal vez griten o vociferen. Puede que se excedan, imponiendo castigos como consecuencia de su mal genio. Tienden a condicionar el amor a sus hijos, con lo cual los hacen emocionalmente dependientes o contra dependientes y rebeldes.
Centrarse en el dinero. Otro centro lógico y extremadamente común de la vida de la gente es el hecho de ganar dinero. La seguridad económica es fundamental para las oportunidades de alcanzar logros importantes en cualquiera otra dimensión. En una jerarquía o continuum de necesidades, la supervivencia o la seguridad físicas aparecen en primer lugar. Mientras esas necesidades básicas no están satisfechas (por lo menos en grado mínimo), las otras necesidades ni siquiera se activarán.
La mayoría de nosotros tenemos preocupaciones económicas. Muchas fuerzas de la cultura global pueden actuar y actúan sobre nuestra situación económica, causando o amenazando con causar el desgarro de experimentar una preocupación e inquietud que no siempre emergen a la conciencia.
A veces se dan razones aparentemente nobles para justificar la avidez de ganar dinero, como por  ejemplo el deseo de cuidar de la propia familia. Y esas razones son importantes. Pero cuando uno se centra únicamente en acumular dinero, anula sus propios esfuerzos.
Consideremos de nuevo los cuatro factores que sustentan la vida (seguridad, guía, sabiduría y poder).
Supongamos que baso gran parte de mi seguridad en mi empleo, mis ingresos o mi patrimonio, Puesto que son muchos los factores que afectan a esas bases económicas, me siento ansioso y molesto, autoprotector y a la defensiva, Cuando mi sentido del mérito personal proviene de mi patrimonio soy vulnerable a todo lo que pueda afectar a ese patrimonio. Pero el dinero y el trabajo por sí solos no proporcionan sabiduría ni guía, y sólo un grado limitado de poder y seguridad. Bastará una crisis en mi vida o en la vida de un ser querido, para hacerme comprender las limitaciones de centrarse en el dinero.
Las personas centradas en el dinero suelen dejar a un lado a la familia o a otras prioridades, dando por sentado que todos comprenderán que los requerimientos económicos ocupan el primer lugar.
Centrarse en el trabajo. Una persona centrada en el trabajo puede convertirse en adicta y obsesiva, y forzarse a una producción salvaje sacrificando su salud, sus relaciones y otras importantes áreas de la vida. Su identidad fundamental proviene de su trabajo: «Soy médico», «Soy escritor», «Soy actor».
Como su identidad y su sentimiento de la propia valía se nutren del trabajo, su seguridad será vulnerable a todo lo que le impida continuar en él. Su guía está en función de los requerimientos del trabajo. Su sabiduría y su poder se concentran en las áreas limitadas de su trabajo, dejándolo inefectivo en otras áreas de la vida.
Centrarse en las posesiones. Las posesiones son para muchas personas una fuerza impulsora (no sólo las posesiones tangibles, materiales, tales como la ropa de moda, casas, coches, barcos, joyas, sino también las posesiones intangibles de la fama, la gloria, la posición social). La mayoría de nosotros tenemos conciencia, por propia experiencia, de lo poco satisfactorio que es ese centro, simplemente porque puede desvanecerse rápidamente y sufrir la influencia de innumerables fuerzas.
Si mi sentido de la seguridad reside en mi reputación o en las cosas que poseo, correré constantemente el riesgo y sufriré la amenaza de perder esos bienes, de que me los roben o se devalúen. Ante alguien de mayor patrimonio, fama o status, me sentiré inferior. Ante alguien de patrimonio, fama o status menores, me sentiré superior. El sentido de mi propia valía fluctúa constantemente. Carezco de todo sentido de la constancia, de la autoconfianza o de la personalidad. Constantemente trato de proteger y asegurar mis bienes, propiedades, seguridades, mi posición o mi reputación. Todos hemos tenido noticias de personas que se han suicidado después de perder su fortuna en la bolsa, o su fama en un revés político.
Centrarse en el placer. Otro centro común estrechamente asociado con las posesiones es el de la diversión y el placer. En nuestro mundo, la gratificación instantánea es algo muy publicitado y que está a nuestro alcance.
La televisión y el cine son influencias importantes que acrecientan las expectativas de la gente; presentan de modo gráfico lo que otras personas tienen y pueden hacer mientras viven una vida fácil y «divertida».
Se describe gráficamente el esplendor de los estilos de vida centrados en el placer, es cierto, pero los resultados naturales de esos es tilos de vida (los efectos en el interior de la persona, en la productividad y en las relaciones) casi nunca se presentan con fidelidad.
El placer inocente en grado moderado relaja el cuerpo y la mente, y promueve las relaciones familiares y de otro tipo. Pero el placer por sí mismo no ofrece ninguna satisfacción profunda o duradera, ni ningún sentido de la realización. La persona centrada en el placer, que siempre acaba aburriéndose con cada uno de los sucesivos niveles de «diversión», constantemente reclama más y más. De modo que el nuevo placer tiene que ser mayor y mejor, más excitante, con una «cima» más alta. Una persona en ese estado se vuelve casi enteramente narcisista, e interpreta toda su vida en los términos del placer que le proporciona aquí y ahora.
Demasiadas vacaciones que son demasiado largas, demasiado cine, demasiada televisión, demasiado tiempo invertido en los juegos electrónicos, demasiado ocio indisciplinado en el cual el individuo elige continuamente el camino del menor esfuerzo, son cosas Que erosionan gradualmente una vida. De ese modo, las capacidades de la persona permanecen adormecidas, el talento no se desarrolla, la mente y el espíritu se aletargan y el corazón sufre insatisfecho. ¿Dónde están la seguridad, la guía, la sabiduría y el poder? En el extremo inferior del continuum, en el placer de un instante fugitivo.
Centrarse en amigos o enemigos. En particular los jóvenes, pero no sólo ellos, tienden a centrarse en los amigos. La aceptación y la pertenencia a un grupo de iguales pueden tener una importancia casi suprema. El espejo social, distorsionado y cambiante, pasa a ser la fuente de los cuatro factores que sustentan la vida, creándose entonces un alto grado de dependencia respecto de los fluctuantes estados de ánimo, sentimientos, actitudes y conductas de los otros.
La amistad puede también centrarse exclusivamente en una sola persona de una manera comparable a algunas dimensiones del matrimonio, generando dependencia emocional respecto de un individuo, una espiral ascendente de necesidad/conflicto, y las interacciones negativas resultantes.
¿Y qué decir cuando es un enemigo el situado en el centro de la propia vida? La mayoría de las personas nunca piensan en ello, y probablemente ninguna lo hace conscientemente. Sin embargo, es muy común que la gente se centre en un enemigo, en particular cuando existe una interacción frecuente entre quienes se encuentran en un conflicto real. Cuando alguien siente que ha sido injustamente tratado por una persona emocional o socialmente significativa, es muy fácil que se obsesione con esa injusticia y convierta a la otra persona en el centro de su vida. En lugar de conducir proactivamente su existencia, la persona centrada en el enemigo reacciona con contradependencia a la conducta y las actitudes de un enemigo percibido.
Muchas personas divorciadas caen en esta pauta. Todavía las consume la ira y la amargura, y la ansiedad por justificarse con respecto al ex cónyuge. En un sentido negativo, todavía están psicológicamente casadas; cada una de ellas necesita de los defectos de su ex pareja para justificar sus acusaciones.
Muchos «niños grandes» atraviesan la vida odiando secreta o abiertamente a sus padres. Los culpan por su comportamiento pasado, su desatención o favoritismo, y centran su vida adulta en ese odio, siguiendo las estipulaciones del guion reactivo y justificador que lo acompaña.
El individuo centrado en amigos o enemigos no tiene una seguridad intrínseca. Su sentimiento de los propios méritos es volátil, está en función de los estados emocionales o de la conducta de otras personas. La guía proviene del modo en que percibe que responderán los otros, y la sabiduría está limitada por la óptica social o por una Paranoia centrada en el enemigo. El individuo no tiene ningún poder. Otras personas manejan los hilos.
Centrarse en la Iglesia. Creo que toda persona seriamente prometida con una Iglesia reconocerá que la asistencia a las reuniones no es sinónimo de espiritualidad personal. Hay quienes se obsesionan tanto con el culto y los proyectos de la Iglesia que pierden sensibilidad ante las apremiantes necesidades humanas que los rodean, con lo cual contradicen los preceptos mismos que creen profesar profundamente. Otros acuden a la iglesia con menos frecuencia, o no van en absoluto, pero sus actitudes y conducta reflejan una concentración más genuina en los principios básicos de la ética judeo-cristiana.
He participado durante toda mi vida en grupos de servicios comunitarios y relacionados con iglesias, y sé que acudir a la iglesia no necesariamente significa que se vivan los principios que se enseñan en esas reuniones. Se puede ser miembro activo de una Iglesia, pero inactivo en la práctica de su evangelio.
En la vida centrada en la Iglesia, la imagen o apariencia puede pasar a ser la consideración dominante en la persona, lo cual conduce a una hipocresía que socava la seguridad personal y el merecimiento intrínseco. La guía proviene de una conciencia moral social, y la persona centrada en la Iglesia tiende a etiquetar artificialmente a los otros como «activos», «inactivos», «liberales», «ortodoxos» o «conservadores».
Como la Iglesia es una organización formal constituida por políticas, programas, prácticas y personas, por sí misma no puede otorgar a nadie una seguridad o unos sentimientos de valía intrínsecos profundos y permanentes. Vivir en concordancia con los principios que se enseñan en la Iglesia sí puede hacerlo, pero la organización por sí sola, no.
Tampoco puede la Iglesia proporcionar una guía constante. Las personas centradas en la Iglesia suelen tender a vivir en compartimientos, actuando, pensando y sintiendo de cierto modo el domingo, y de modos totalmente distintos el resto de la semana. Esa falta de totalidad, unidad o integridad constituye una amenaza adicional a la seguridad, que crea la necesidad de una mayor etiquetación y auto-justificación.
Cuando se ve la Iglesia como un fin y no como un medio, quedan minados la sabiduría y el sentido del equilibrio. Aunque la Iglesia pretende impartir enseñanzas sobre la fuente del poder, no pretende ser ese poder en sí mismo. Sostiene que es un vehículo través del cual el poder divino puede canalizarse en la naturaleza del hombre.
Centrarse en uno mismo. Tal vez el centro más común en nuestros días sea la propia persona. La forma más obvia es el egoísmo, aunque viola los valores declarados de la mayoría de nosotros. Pero si consideramos estrechamente muchos de los enfoques populares del desarrollo y la autorrealización, a menudo encontramos en su núcleo la concentración en uno mismo.
En el limitado centro de uno mismo hay poca seguridad, guía, sabiduría o poder. Lo mismo que el Mar Muerto en Palestina, acepta pero nunca da. Estanca.
Por otro lado, si se presta atención al desarrollo del propio ser dentro de la perspectiva más amplia del perfeccionamiento de la capacidad para servir, producir y realizar contribuciones de modo significativo, entonces se establece un contexto para el fortalecimiento espectacular de los cuatro factores que sustentan la vida.

Éstos son algunos de los centros más comunes a partir de los cuales la gente enfoca la vida. Suele ser mucho más fácil reconocer el centro en la vida de otro que verlo en la propia. Probablemente conozcas a alguien para quien lo más importante sea ganar dinero. Probablemente conocerás a alguien que dedique su energía a justificar su posición en una relación negativa en curso. Si se presta atención, detrás de las conductas puede verse el centro que las crea.

jueves, 27 de noviembre de 2014

En el centro

Para escribir un enunciado de la misión personal tenemos que empezar en el centro mismo de nuestro círculo de influencia, ese centro compuesto por nuestros paradigmas más básicos, la lente a través de la cual vemos el mundo.
Es allí donde tomamos contacto con nuestra visión y nuestros valores. Allí aplicamos nuestra capacidad de autoconciencia para examinar nuestros mapas y, si valoramos los principios correctos, asegurarnos de que esos mapas describan con exactitud el territorio, de que nuestros paradigmas se basen en principios y en la realidad. Es allí donde usamos nuestra capacidad de autoconciencia como una brújula que nos ayuda a detectar nuestros talentos singulares y nuestras propias áreas de contribución. Allí empleamos nuestra capacidad para imaginar, con el objeto de crear mentalmente el fin que deseamos, otorgar una dirección y finalidad a nuestros inicios, y proporcionar el contenido de una constitución escrita personal.
Es también allí donde nuestros esfuerzos concentrados logran los mayores resultados. Cuando trabajamos en el centro mismo de nuestro círculo de influencia, lo ampliamos. Éste es el trabajo CP de mayor peso, que influye significativamente en la efectividad de todos los aspectos de nuestras vidas.
Lo que haya en el centro de nuestra vida será nuestra fuente de seguridad, guía, sabiduría y poder.
La seguridad representa nuestro sentido de la valía, nuestra identidad, nuestra base emocional, nuestra autoestima, nuestra fuerza personal básica (o la ausencia de ella).
Por guía se entiende la fuente de dirección en la vida. Circunscritos por nuestro mapa (nuestro marco de referencia interno que nos interpreta lo que sucede afuera) están las normas, principios o criterios implícitos que día tras día gobiernan nuestras decisiones y acciones.
La sabiduría es nuestra perspectiva de la vida, nuestro sentido del equilibrio, nuestra comprensión del modo en que se aplican los diversos principios y partes, y de las relaciones que establecen entre sí. Abarca el juicio, el discernimiento, la comprensión. Es una Gestalt o unidad, un todo integrado.

El poder es la capacidad o facultad de actuar, la fuerza y potencia para realizar algo. Es la energía vital para elegir y decidir. Incluye también la capacidad para superar hábitos profundamente enraizados y cultivar otros superiores, más efectivos.
Esos cuatro factores (seguridad, guía, sabiduría y poder) son interdependientes. La seguridad y la  guía clara otorgan verdadera sabiduría, y la sabiduría se convierte en la chispa o el catalizador que libera y dirige el poder. Cuando esos cuatro factores están presentes juntos, armonizándose y vivificándose entre sí, dan origen a la gran fuerza de una personalidad noble, un carácter equilibrado, un individuo hermosamente integrado.
Estos factores de sustentación también subyacen en todas las otras dimensiones de la vida. Y en ningún caso se trata de cuestiones excluyentes. La medida en que se haya desarrollado cada uno de ellos puede esquematizarse de algún modo en un continuum muy semejante al continuum de la madurez que hemos descrito antes. En el límite inferior, los cuatro factores son débiles. Básicamente dependemos de las circunstancias o de otras personas; cosas sobre las que no tenemos ningún control directo. En el límite superior el control es nuestro. Tenemos una fuerza independiente y la base para relaciones ricas e interdependientes.
Nuestra seguridad está en algún punto del continuum entre la inseguridad extrema (donde nuestra vida se ve azotada por todas las fuerzas volubles que actúan sobre ella) y un sentido profundo de la valía intrínseca y la seguridad personal, en el otro extremo. La guía varía a lo largo del continuum entre la dependencia del espejo social u otras fuentes fluctuantes e inestables, en un extremo, y la fuerte dirección interior en el otro. La sabiduría cae en algún punto existente entre un mapa por completo inexacto en el que todo aparece distorsionado y nada armoniza, por un lado, y por el otro un mapa de la vida completo y exacto en el que todas las partes y principios están adecuadamente relacionados entre sí. Al poder que uno tiene le corresponde un punto entre la inmovilización o la condición de marioneta movida por algún otro, y la alta proactividad, la capacidad de actuar en concordancia con los propios valores, sin «ser actuado» por otras personas y por las circunstancias.
La situación de esos factores en sus respectivos continuum, el grado resultante de su integración, armonía y equilibrio, y su efecto positivo en cada aspecto de nuestra vida, están en función de nuestro centro, de los paradigmas básicos que se encuentran en nuestro núcleo.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Un enunciado de la misión personal

El modo más efectivo que conozco de empezar con el fin en mente consiste en elaborar un enunciado de la misión, filosofía o credo personales. Se centra en lo que uno quiere ser (carácter) y hacer (aportaciones y logros), y en los valores o principios que dan fundamento al ser y al hacer.
Al enunciado de la misión personal se le puede denominar «constitución personal». Lo mismo que la Constitución de un país, en lo fundamental nunca cambia. Por ejemplo, a la Constitución de los Estados Unidos en doscientos años, han existido sólo veintiséis enmiendas, diez de las cuales estaban ya en la Declaración de Derechos.
La Constitución es la norma con respecto a la cual se evalúan todas las leyes del país. Es el documento que el presidente jura defender y respaldar. Establece el criterio para que a una persona se le conceda o no la ciudadanía. Es el cimiento y el punto de referencia que permite al pueblo sobrellevar traumas importantes como una guerra. Es la norma escrita, el criterio clave con referencia al cual todo se evalúa o dirige.
La Constitución ha perdurado y cumple hasta el día de hoy con su función vital porque se basa en principios correctos, en las verdades evidentes por sí mismas contenidas en la Declaración de la Independencia.
Esos principios le otorgan una fuerza intemporal, incluso en medio de la ambigüedad y el cambio sociales. «Nuestra peculiar seguridad —dijo Thomas Jefferson— reside en la posesión de una Constitución escrita.»
En el nivel del individuo, un enunciado de la misión personal basado en principios correctos representa el mismo tipo de norma. Se convierte en una constitución personal, en una base para tomar las decisiones importantes acerca de la orientación de la vida, y también las decisiones cotidianas en medio de las circunstancias y emociones que nos afectan. Otorga a los individuos la misma fuerza intemporal en medio del cambio.
Las personas no pueden vivir en el cambio si en su interior no persiste un núcleo invariable. La clave de la capacidad para cambiar es una idea constante de lo que uno es, de lo que persigue y de lo que valora.
Con un enunciado de la misión, podemos fluir al ritmo del cambio. No necesitamos preconcepciones o prejuicios. No necesitarnos calcularlo todo en la vida, estereotipar o clasificar todo y a todos para modelar la realidad.
Nuestro ambiente personal también está cambiando a ritmo acelerado. Ese cambio rápido es un clavo ardiendo en las manos de muchas personas que sienten que no pueden manejarlo, que no pueden afrontar con éxito la vida. Se vuelven reactivas y en lo esencial se rinden, confiando en que las cosas que les sucedan habrán de ser buenas.
Pero esto no tiene por qué ser así. En los campos de concentración de los nazis donde Víctor Frankl aprendió el principio de la proactividad, también aprendió la importancia de que la vida tenga finalidad y significado. La esencia de la «logoterapia», la filosofía que más tarde desarrolló y enseñó, dice que muchas de las denominadas enfermedades mentales y emocionales son en realidad síntomas de una sensación subyacente de falta de significado, o vacuidad. La logoterapia elimina esa vacuidad ayudando al individuo a detectar su significado único, su misión en la vida.

Cuando se ha adquirido ese sentido de misión, se posee la esencia de la propia proactividad. Estamos en posesión de los valores que dirigen nuestra vida, de la dirección básica en virtud de la cual establecemos nuestras metas a corto y largo plazo. Contamos con el poder de una constitución escrita basada en principios correctos, que permite evaluar efectivamente todas las decisiones concernientes al uso más efectivo del tiempo, del propio talento y energía.

martes, 25 de noviembre de 2014

Reescribir el guion: conviértase en su primer creador

Como ya hemos dicho, la proactividad se basa en el privilegio humano de la autoconciencia. Los dos privilegios humanos adicionales que nos permiten ampliar nuestra proactividad y ejercer el liderazgo personal en nuestras vidas son la imaginación y la conciencia moral.
Por medio de la imaginación podemos visualizar los mundos potenciales que hay en nuestro interior. Por medio de la conciencia moral podemos entrar en contacto con leyes o principios universales, con nuestros talentos y formas de contribución particulares, y con las directrices personales con los cuales podremos desarrollarlos más efectivamente. Junto con la autoconciencia, estas dos características humanas nos permiten escribir nuestro propio guion.
Dado que ya vivimos con muchos guiones que nos han transmitido, el proceso de escribir nuestros propios guiones es en realidad un proceso de reescritura o cambio de paradigma: de cambio de algunos de los paradigmas básicos que ya tenemos. Cuando reconocemos los guiones inefectivos, los paradigmas incorrectos o incompletos que están en nuestro interior, podemos empezar a rescribir proactivamente nuestros guiones.
Creo que una de las descripciones más inspiradoras de ese proceso de reescritura se encuentra en la autobiografía de Anuar el Sadat, el ex presidente de Egipto. Sadat había sido educado en el odio a Israel, inculcado mediante profundos guiones. En una oportunidad dijo por la televisión nacional: «Nunca estrecharé la mano de un israelí mientras ellos ocupen un centímetro del suelo árabe. ¡Nunca, nunca, nunca!». Y multitudes enormes en todo el país corearon: (Nunca, nunca, nunca». Con ese guion reunió la energía y unificó la voluntad de toda la nación.
Aquel guion era muy independiente y nacionalista, y despertó profundas emociones en el pueblo. Pero era también muy tonto, y, Sadat lo sabía. Aquel guion ignoraba la realidad de la situación, peligrosa y sumamente interdependiente.
De modo que Sadat lo reescribió. Aquél era un proceso que había aprendido de joven, cuando estuvo encerrado en la celda de aislamiento 54 de la Prisión Central de El Cairo, como consecuencia de su participación en una conspiración contra el rey Faruk. Había aprendido a distanciarse respecto de su propia mente y examinarla para ver si los guiones eran adecuados y sensatos. Había aprendido a vaciar su mente, y, por medio de un profundo proceso personal de meditación, trabajar con sus propias escrituras, su propia forma de plegaria, y reescribirse a sí mismo.
Dice en su libro que casi lamentó tener que dejar la celda, porque fue allí donde comprendió que el verdadero éxito es el éxito que se obtiene con uno mismo. No consiste en tener cosas, sino en el autodominio, en la victoria sobre sí.
Durante cierto período de la administración de Nasser, Sadat fue relegado a una posición de relativa insignificancia. Todos creían que estaba espiritualmente acabado, pero no era así. Estaba proyectando en su interior sus propias películas. No lo entendían. Él esperaba su momento.
Cuando ese momento llegó, cuando se convirtió en presidente de Egipto y afrontó la realidad política, reescribió su guion respecto de Israel. Visitó la Knesset en Tel Aviv, e inició uno de los movimientos hacia la paz más renovadores de la historia del mundo, una osada iniciativa que finalmente condujo a los Acuerdos de Camp David.
Sadat supo emplear su autoconciencia, su imaginación y su conciencia moral en el ejercicio del liderazgo personal para cambiar un paradigma esencial y el modo en que veía la situación. Trabajó en el centro de su círculo de influencia. Y a partir de esa reescritura, de ese cambio de paradigma, se generaron cambios de conducta y actitud que afectaron a millones de vidas en el círculo de preocupación.
Al desarrollar nuestra autoconciencia, muchos de nosotros descubrimos guiones inefectivos, hábitos profundamente enraizados y totalmente indignos de nosotros, por completo incongruentes con las cosas que verdaderamente valoramos en la vida. El segundo hábito dice que no es obligatorio vivir siguiendo esos guiones. Tenemos la responsabilidad de utilizar nuestra imaginación y creatividad para escribir otros nuevos, más efectivos, más congruentes con nuestros valores más profundos y con los principios correctos que dan sentido a nuestros valores.
Supongamos, por ejemplo, que soy hipersensible y reacciono irracionalmente ante la conducta de mis hijos.
Supongamos que cada vez que empiezan a hacer algo que me parece que es inadecuado, siento de inmediato un nudo en la boca del estómago. Estoy frente a una muralla que tengo que escalar; me preparo para la batalla.
Mi objetivo no está en el desarrollo y la comprensión a largo plazo, sino en la conducta inmediata. Trato de ganar la batalla, no la guerra.
Expongo públicamente mis municiones (soy más grande, ocupo una posición de autoridad) y grito o intimido, amenazo o castigo. Y gano. Allí estoy, victorioso, entre los escombros de una relación rota, mientras mis hijos se someten exteriormente e interiormente se rebelan, reprimiendo sentimientos que más tarde surgirán de modo aún peor.
Ahora bien, en el funeral que visualizamos antes, si tuviera que hablar uno de mis hijos, me gustaría que su vida representara una victoria de la enseñanza, el adiestramiento y la disciplina con amor a lo largo de los años, y no que estuviera constituida únicamente por cicatrices de las heridas recibidas en escaramuzas de arreglo transitorio. Querría que su corazón y su mente estuvieran llenos del grato recuerdo de momentos profundos y significativos que hubiéramos pasado juntos. Querría que me recordara como padre amante que compartió las alegrías y las penurias del crecimiento. Querría que pensara en las veces en que se acercó a mí contándome sus problemas y preocupaciones.
Querría haber escuchado, amado y ayudado. Querría que supiera que no fui perfecto, pero que hice cuanto estuvo a mi alcance. Y que lo amé, tal vez más que nadie en el mundo.
La razón por la cual deseo todo eso es que, en mi más profundo interior, valoro a mis hijos. Los amo, quiero ayudarlos. Valoro mi rol como padre.
Pero no siempre tengo esos valores a la vista. Estoy apresado «en la densa red de las cosas tenues». Lo que más importa está enterrado bajo capas de problemas apremiantes, preocupaciones inmediatas y conductas exteriores. Y el modo en que interactúo cotidianamente con mis hijos tiene poco que ver con mis sentimientos profundos respecto de ellos.
Como soy autoconsciente, como tengo imaginación y conciencia moral, puedo examinar mis valores más profundos, comprender que el guion con el que vivo no está en armonía con esos valores, que mi vida no es el producto de mi propio designio proactivo, sino el resultado de la primera creación que he dejado en manos de las circunstancias y de otras personas. Y puedo cambiar. Puedo vivir a partir de mi imaginación y no de mi memoria. Puedo relacionarme con mi potencial ilimitado en lugar de hacerlo con mi pasado limitador. Puedo convertirme en mi propio primer creador.
Empezar con un fin en mente significa enfocar mi rol como padre, y mis otros roles en la vida, teniendo claros mis valores y mi orientación. Significa ser responsable de mi propia y primera creación, reescribir mis guiones de modo que los paradigmas de los que surgen mi conducta y mis actitudes sean congruentes con mis valores más profundos y estén en armonía con los principios correctos.
También significa empezar cada día teniendo esos valores firmemente presentes. Entonces, cuando aparezcan los problemas, los desafíos, podré tomar mis decisiones basándome en esos valores. Puedo actuar con integridad. No me veo obligado a reaccionar ante las circunstancias, guiado por emociones momentáneas.

Puedo ser verdaderamente proactivo, verme impulsado por valores, porque mis valores ya están definidos.

jueves, 20 de noviembre de 2014

Liderazgo y administración: las dos creaciones

El segundo hábito se basa en principios de liderazgo personal, lo que significa que el liderazgo es la primera creación. Liderazgo no es administración. La administración es la segunda creación, que examinaremos en el capítulo sobre el tercer hábito. Pero el liderazgo va primero.
La administración se centra en el límite inferior: ¿cómo puedo hacer mejor ciertas cosas? El liderazgo aborda el límite superior: ¿cuáles son las cosas que quiero realizar? En palabras de Peter Drucker y Warren Bennis, «administrar es hacer las cosas bien; liderar es hacer las cosas correctas». La administración busca la eficiencia en el ascenso por la escalera del éxito; el liderazgo determina si la escalera está o no apoyada en el lugar correcto.
Se puede captar rápidamente la importante diferencia que existe entre ambos conceptos pensando en un grupo de productores que se abren camino en la selva con sus machetes. Son los productores, los que resuelven los problemas, los que cortan la maleza y limpian el camino.
Los administradores van detrás de ellos, afilando los machetes, escribiendo manuales de política y procedimientos, llevando adelante programas para el desarrollo muscular, introduciendo tecnologías perfeccionadas y estableciendo hojas de trabajo y programas remunerativos para los macheteros.
El líder es el que trepa al árbol más alto, supervisa toda la situación, y grita: « ¡Selva equivocada!».
Pero, ¿cómo suelen responder los ajetreados productores y administradores? « ¡Cállate! ¡Estamos avanzando!»
Como individuos, grupos y empresas estamos a menudo tan atareados cortando maleza que ni siquiera nos damos cuenta de que trabajamos en la selva equivocada. Y el cambiante entorno en el que vivimos hace del liderazgo efectivo, hoy más que nunca, un factor crítico de todos los aspectos de la vida independiente e interdependiente.
Tenemos mayor necesidad de una visión, una meta y una brújula (un conjunto de principios o instrucciones), y menos necesidad de un mapa de ruta. Frecuentemente no sabemos cómo será el terreno que tenemos que atravesar, o qué necesitaremos para atravesarlo; mucho dependerá del juicio que formulemos en ese momento. Pero una brújula interna siempre nos indicará la dirección.
La efectividad —y a menudo incluso la supervivencia— no depende sólo del esfuerzo realizado, sino también de que se realice en la selva correcta. Y la metamorfosis que tiene lugar en casi todas las industrias y profesiones requiere liderazgo primero y administración después.
El mercado empresarial está cambiando con tanta rapidez que muchos de los productos y servicios que satisfacían los gustos y necesidades del consumidor hace unos pocos años ahora se han quedado obsoletos.
El liderazgo proactivo enérgico debe controlar constantemente el cambio ambiental, en particular los hábitos y motivos del cliente, y proporcionar la fuerza necesaria para organizar los recursos en la dirección correcta.
Cambios tales como la desregulación de la industria aérea, los costos astronómicos de los servicios sanitarios y la mayor calidad y cantidad de automóviles importados inciden de modo significativo en el ambiente. Si las industrias no controlan el ambiente, sus propios equipos de trabajo y el ejercicio del liderazgo creativo para seguir avanzando en la dirección correcta, ningún tipo de administración experta podrá impedir que fracasen.

Una administración eficiente sin un liderazgo efectivo es (según alguien lo ha definido) «como alinear las sillas en la cubierta del Titanic». Ningún éxito administrativo puede compensar el fracaso del liderazgo. Pero el liderazgo es difícil porque a menudo caemos en Paradigmas de administración.

Por designio u omisión

Todas las cosas se crean dos veces, pero no todas las primeras creaciones responden a designios conscientes. En nuestras vidas personales, si no desarrollamos autoconciencia y no nos hacemos responsables de las primeras creaciones, estamos permitiendo por omisión que otras personas y las circunstancias que están fuera del círculo de influencia den forma a gran parte de nuestra vida. Vivimos reactivamente los guiones que han puesto en nuestras manos la familia, los compañeros, las agendas de otras personas, las presiones de las circunstancias: los guiones de años anteriores, de nuestra educación, de nuestro condicionamiento.
Esos guiones provienen de personas, no de principios. Y surgen de nuestras más profundas vulnerabilidades, de nuestra más profunda dependencia respecto de los demás, y de nuestras necesidades de aceptación y amor, de pertenencia, del sentido de nuestra propia valía, de la sensación de que importamos.
Seamos o no conscientes de ella, la controlemos o no, hay una primera creación en todas las partes de nuestra vida. Somos la segunda creación de nuestro propio designio proactivo, o la segunda creación de las agendas de otras personas, de las circunstancias y de los hábitos del pasado.

Las capacidades exclusivamente humanas de la autoconciencia, la imaginación y la conciencia moral nos permiten examinar las primeras creaciones y hacernos cargo de nuestra primera creación, escribir nuestro propio guion. Dicho de otro modo, el primer hábito dice «Tú eres el creador». El segundo hábito es la primera creación.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Todas las cosas se crean dos veces

El hábito de «empezar con un fin en mente» se basa en el principio de que todas las cosas se crean dos veces. Siempre hay primero una creación mental, y luego una creación física.
Pensemos, por ejemplo, en la construcción de un hogar. Uno lo «crea» con todos sus detalles incluso antes de clavar el primer clavo. Trata de tener una imagen clara del tipo de hogar que quiere. Si uno quiere un hogar centrado en la familia, prevé un lugar adecuado para reuniones familiares. Piensa en puertas corredizas y en un jardín para que los chicos jueguen al aire libre. Trabaja con ideas. Se trabaja con la mente hasta llegar a una imagen clara de lo que uno quiere construir.
Después se traza el plano y se elabora el proyecto de construcción. Todo esto antes de trabajar sobre el terreno. En caso contrario, ya en la segunda creación, la creación física, habrá que realizar cambios costosos que pueden duplicar el presupuesto original.
La regla del carpintero es «medir dos veces antes de cortar una». Hay que estar seguro de que el plano, la primera creación, sea realmente lo que uno quiere, que se ha pensado en todo. Después se levanta la casa con ladrillos y cemento. Cotidianamente uno va a la obra y despliega el plano para decidir el trabajo del día. Se empieza con un fin en mente.
Consideremos otro ejemplo, el de una empresa. Si queremos tener éxito, también en este caso corresponde definir con claridad lo que se está tratando de lograr. Uno piensa cuidadosamente en el producto o servicio que quiere proveer, fijándose un objetivo en el mercado, y después organiza todos los elementos (financieros, de investigación y desarrollo, las operaciones, las transacciones, el personal, los medios físicos, etc.) para dar en el blanco. El grado con que uno empiece con un fin en mente determina a menudo si se puede o no crear una empresa de éxito. La mayor parte de los fracasos empresariales comienzan en la primera creación, con problemas tales como la subcapitalización, una mala comprensión del mercado o la falta de un plan.
Lo mismo vale con respecto a la paternidad. Si uno quiere educar hijos responsables, autodisciplinados, debe tener claramente presente ese fin cuando interactúa con ellos día tras día. No debe comportarse con los niños de un modo que pueda minar su autodisciplina o autoestima.
En grados diversos, las personas aplican este principio en muchas áreas de la vida. Antes de emprender un viaje, fijamos nuestro destino y planificamos la mejor ruta. Antes de hacer un jardín, lo distribuimos mentalmente, o tal vez en un papel. Se escriben los discursos antes de pronunciarlos; se diseña la ropa antes de enhebrar la aguja.
En la medida en que comprendamos el principio de las dos creaciones y aceptemos la responsabilidad de ambas, actuaremos dentro de los límites de nuestro círculo de influencia y lo ampliaremos. En la medida en que no operemos en armonía con este principio y nos hagamos cargo de la primera creación, reduciremos ese círculo.

viernes, 14 de noviembre de 2014

Lo que significa «empezar con un fin en mente»

Realizando con seriedad esta experiencia de visualización, se llega a alcanzar por un momento algunos de los valores más profundos y fundamentales. Se ha establecido un contacto breve con el sistema de guía interior que se encuentra en el corazón de su círculo de influencia.
Consideremos las palabras siguientes de Joseph Addison:
Cuando contemplo las tumbas de los grandes, desaparece de mí cualquier tipo de envidia; cuando leo los epitafios de las mujeres hermosas, desaparece todo deseo encendido; cuando veo el pesar de los padres ante la lápida de un hijo, mi corazón se llena de compasión; ante las tumbas de esos mismos padres, pienso en la vanidad de sufrir por seres a los que pronto habremos de seguir; cuando veo a reyes yaciendo junto a quienes los destronaron, cuando considero a espíritus ingeniosos rivales colocados lado a lado, o al santo que dividió el mundo con sus protestas y disputas, reflexiono con tristeza y asombro sobre las pequeñas luchas, enfrentamientos y conflictos de la humanidad. Cuando leo las fechas de las tumbas, de alguien que murió ayer, y de otro que murió hace seiscientos años, pienso en el gran Día en el que todos seremos contemporáneos y realizaremos juntos nuestra aparición.
Aunque el segundo hábito se aplica a muchas circunstancias y niveles de vida diferentes, la aplicación fundamental de «empezar con un fin en mente» consiste en empezar hoy con la imagen, el cuadro o el paradigma de vida como marco de referencia o criterio para el examen de todas las otras cosas. Cada parte de su vida (la conducta de hoy, la de mañana, la de la semana que viene, la del mes que viene) puede examinarse en el contexto del todo, de lo que realmente a usted le importa más. Teniendo claramente presente ese fin, usted puede asegurarse de que lo que haga cualquier día particular no viole los criterios que ha definido como de importancia suprema, y que cada día contribuya de un modo significativo a la visión que usted tiene de su vida como un todo.
Empezar con un fin en mente significa comenzar con una clara comprensión de su destino. Significa saber adónde se está yendo, de modo que se pueda comprender mejor dónde se está, y dar siempre los pasos adecuados en la dirección correcta.
Resulta increíblemente fácil caer en la trampa de la actividad, en el ajetreo de la vida, trabajar cada vez más para trepar por la escalera del éxito, y descubrir finalmente que está apoyada en la pared equivocada. Es posible estar atareado —muy atareado— sin ser muy efectivo.
A menudo las personas se encuentran logrando victorias vacías, éxitos conseguidos a expensas de cosas que súbitamente se comprende que son mucho más valiosas. Personas pertenecientes a todos los trabajos (médicos, académicos, actores, políticos, ejecutivos, atletas y fontaneros) a menudo luchan por lograr ingresos más altos, más reconocimiento o un cierto grado de competencia profesional, sólo para descubrir que su ansiedad por alcanzar la meta les ha privado de cosas que realmente importan y que ya han quedado fuera de sus posibilidades.
Cuan distintas son nuestras vidas cuando sabemos qué es lo verdaderamente importante para nosotros, y, manteniendo ese cuadro en mente, actuamos cada día para ser y hacer lo que en realidad nos interesa. Si la escalera no está apoyada en la pared correcta, cada paso que demos no hará más que acercarnos antes al lugar erróneo. Podemos estar muy atareados, podemos ser muy eficientes, pero sólo seremos también verdaderamente efectivos cuando empecemos con un fin en mente.
Si se considera con cuidado lo que se quiere que digan de uno en la experiencia del funeral, se encontrará la definición personal del éxito. Tal vez sea muy diferente de la definición que usted creía comprender. Es posible que la fama, el éxito, el dinero o algunas de las otras cosas por las que luchamos ni siquiera formen parte de la pared correcta.

Cuando uno empieza con un fin en mente, alcanza una perspectiva distinta. Al morir un amigo común, un hombre le preguntó a otro: « ¿Cuánto dejó?». La respuesta fue: « ¡Lo dejó todo!».

jueves, 13 de noviembre de 2014

Segundo hábito - Empiece con un fin en mente

Principios de liderazgo personal

Lo que está delante de nosotros y lo que está detrás es poco importante comparado con lo que reside en nuestro interior.
OLIVER WENDELL HOLMES
Por favor, para leer las siguientes líneas busque un lugar donde esté a solas y nadie lo interrumpa.
Suprima todo de su mente, salvo lo que vaya leyendo y lo que yo le invitaré a hacer. Olvídese de su agenda, de su negocio, de su familia, de sus amigos. Dirija hacia mí toda su atención y abra su mente.
Véase mentalmente asistiendo al funeral de un ser querido. Imagínese conduciendo su coche al velatorio o a la capilla, aparcando y saliendo. Mientras camina dentro del edificio advierte las flores, la suave música de órgano. Ve los rostros de amigos y parientes. Siente la pena compartida de la pérdida y la alegría de haber conocido al difunto que irradia de las personas que se encuentran allí.
Cuando llega al ataúd y mira adentro, de pronto queda cara a cara consigo mismo. Ése es su propio funeral, que tendrá lugar dentro de tres años. Todas esas personas han ido a rendirle un último homenaje, a expresar sentimientos de amor y aprecio por su persona.
Cuando toma asiento y espera a que comience el servicio religioso, mira el programa que tiene en la mano.
Habrá cuatro oradores. El primero pertenece a su familia (la familia inmediata y la extensa: hijos, hermanos y hermanas, sobrinos y sobrinas, tíos y tías, primos y abuelos, que han viajado desde distintos puntos del país).
El segundo orador es uno de sus amigos, alguien que puede hablar de lo que usted era como persona. El tercer orador es un colega o compañero de trabajo. Y el cuarto proviene de su iglesia o de alguna organización comunitaria en la que usted ha servido.
Ahora, piense profundamente. ¿Qué es lo que le gustaría que a uno de esos oradores dijera sobre usted y su vida? ¿Qué tipo de esposo o esposa, padre o madre, le gustaría que reflejaran sus palabras? ¿Qué clase de hijo, hija o primo? ¿Qué clase de amigo? ¿Qué clase de compañero de trabajo?
¿Qué carácter le gustaría que ellos hubieran visto en usted? ¿Qué aportaciones, qué logros quiere que ellos recuerden? Mire con cuidado a la gente que lo rodea. ¿Cómo le gustaría haber influido en sus vidas?
Antes de seguir leyendo, tómese unos minutos para examinar sus impresiones. Esto aumentará en mucho su comprensión personal del segundo hábito.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Proactividad: Sugerencias prácticas

1. Durante un día, preste atención a su lenguaje y al lenguaje de las personas que lo rodean. ¿Con cuánta frecuencia usa y escucha frases reactivas como «Si...», «No puedo...», «Debo...» o «Tengo que...»?
2. Identifique una experiencia que tal vez deba afrontar en un futuro inmediato y en la que, sobre la base de su experiencia pasada, es probable que se comporte reactivamente. Pase revista a la situación en el contexto de su círculo de influencia. ¿Cómo puede responder proactivamente? Tómese algunos minutos y cree vividamente la experiencia en su mente; véase respondiendo de manera proactiva. Recuerde la brecha que existe entre estímulo y respuesta. Comprométase consigo mismo a ejercer su libertad de elegir.
3. Escoja un problema de su vida laboral o personal que le resulte frustrante. Determine si se trata de un problema de control directo, de control indirecto o de control inexistente. Identifique el primer paso que puede dar en su círculo de influencia para resolverlo, y dé ese paso.

4. Ensaye el test de proactividad de los treinta días. Tome conciencia del cambio en su círculo de influencia.

martes, 11 de noviembre de 2014

Proactividad: el test de los treinta días

No es necesario que pasemos por la experiencia de Frankl en el campo de concentración para reconocer y desarrollar nuestra propia proactividad. Es en los acontecimientos ordinarios de la vida cotidiana cuando desarrollamos la capacidad proactiva para hacer frente a las extraordinarias presiones de la vida. Así nos comprometemos y mantenemos los compromisos, así resolvemos un atasco de tráfico, así respondemos a un cliente encolerizado o a un chico desobediente. Así vemos nuestros problemas y es allí donde concentramos nuestras energías. Es el lenguaje que usamos.
Te desafío a que pongas a prueba el principio de la proactividad durante treinta días. Simplemente inténtalo y mira lo que sucede. Durante treinta días trabaja sólo en un círculo de influencia. Plantéate pequeños compromisos y mantenelos. Se una luz, no un juez. Se un modelo, no un crítico. Se una parte de la solución, no parte del problema.
Ensaya el principio en tu matrimonio, en tu familia, en tu empleo. No aduzcas defectos de otras personas.
No aduzcas tus propias debilidades. Cuando cometas un error, admitilo, corregilo y aprende de él: inmediatamente. No culpes ni acuses. Trabaja sobre las cosas que controlas. Trabaja sobre vos. Sobre el ser.
Ve las debilidades de los otros con compasión, no acusadoramente. La cuestión no reside en lo que ellos hacen o deberían hacer, sino en tu propia respuesta a la situación y en lo que debes hacer. Si empezas a pensar que el problema está «allí afuera», detenete. Ese pensamiento es el problema.
Las personas que ejercitan día tras día su libertad embrionaria la van ampliando poco a poco. Las personas que no lo hacen la ven debilitarse hasta que dejan de vivir y literalmente «son vividas». Actúan según los guiones escritos por los padres, los compañeros, la sociedad.
Somos responsables de nuestra propia efectividad, de nuestra felicidad, y, en última instancia, diría que de la mayor parte de nuestras circunstancias.
Samuel Johnson observó: «La fuente de la alegría debe brotar en la mente, y quien conozca tan poco la naturaleza humana como para buscar la felicidad en cualquier cosa que no sea su propia disposición, malgastará su vida en esfuerzos infructuosos y multiplicará las aflicciones que se propone suprimir».

Saber que somos responsables —con «habilidad de respuesta»— es fundamental para la efectividad y para todos los demás hábitos de efectividad que vamos a considerar.

Comprometerse y mantener los compromisos

En el corazón mismo del círculo de influencia se encuentra nuestra aptitud para comprometernos y prometer, y para mantener compromisos y promesas. Los compromisos con nosotros mismos y con los demás y la integridad con que los mantenemos son la esencia de nuestra proactividad.
Allí también reside la esencia de nuestro crecimiento. Gracias a las dotes humanas de la autoconciencia y la conciencia moral, advertimos áreas de debilidad, áreas que hay que mejorar, áreas de talento que pueden desarrollarse, áreas que hay que cambiar o eliminar de nuestras vidas. Cuando reconocemos y utilizamos nuestra imaginación y nuestra voluntad independiente para actuar sobre la base de esas percepciones (haciendo promesas, estableciendo metas y siéndoles fíeles) adquirimos la fuerza de carácter, el ser, que hace posible todas las otras cosas positivas de nuestras vidas.
En este punto encontramos dos modos de tomar de inmediato el control de nuestras vidas. Podemos hacer una promesa... y mantenerla. O establecer una meta... y trabajar para alcanzarla. Al comprometernos y mantener nuestros compromisos empezamos a establecer una integridad que nos proporciona la conciencia del autocontrol, y el coraje y la fuerza de aceptar más responsabilidad por nuestras propias vidas. Al hacer y mantener promesas (promesas a nosotros mismos y a otros) poco a poco nuestro honor para a ser más importante que nuestros estados de ánimo.

El poder de comprometernos con nosotros mismos y de mantener esos compromisos es la esencia del desarrollo de los hábitos básicos de la efectividad. El conocimiento, la capacidad y el deseo están dentro de nuestro control. Podemos trabajar sobre cualquiera de esos tres elementos para mejorar el equilibrio entre los tres. Al ampliarse el área de intersección, internalizamos más profundamente los principios en que se basan los hábitos, y adquirimos fuerza de carácter para avanzar de modo equilibrado hacia una progresiva efectividad en nuestras vidas.

domingo, 9 de noviembre de 2014

La otra punta del palo

Antes de cambiar totalmente el rumbo de nuestra vida, llevándolo al círculo de influencia, tenemos que considerar dos cosas de nuestro círculo de preocupación que merecen una consideración más profunda: las consecuencias y los errores.
Si bien somos libres para elegir nuestras acciones, no lo somos para elegir las consecuencias de esas acciones. Las consecuencias son gobernadas por leyes naturales. Están fuera del círculo de influencia, en el círculo de preocupación. Podemos elegir pararnos en medio de la vía cuando un tren avanza velozmente hacia nosotros, Pero no podemos decidir qué sucederá cuando el tren nos atropelle.
Podemos optar por ser deshonestos en nuestros tratos comerciales. Si bien las consecuencias sociales de esa conducta dependerán mucho de que nos descubran o no, las consecuencias naturales para nuestro carácter básico serán un resultado determinado.
Nuestra conducta es gobernada por principios. Vivir en armonía con los principios tiene consecuencias positivas; violarlos determina consecuencias negativas. Somos libres para elegir nuestra respuesta en cualquier situación, pero al elegir también optamos por la consecuencia correspondiente. «Cuando uno recoge una punta del palo, también recoge la otra.»
Sin duda, en la vida de todos hay momentos en los que recogemos lo que más tarde nos parece un palo equivocado. Nuestras elecciones tienen consecuencias que preferiríamos no padecer. Si pudiéramos elegir nuevamente, lo haríamos de otro modo. A esas elecciones las llamamos errores, y son la segunda cosa que merece una consideración más profunda.
Para quienes están llenos de arrepentimiento, tal vez el ejercicio más necesario de proactividad consista en comprender que los errores pasados también están ahí afuera, en el círculo de preocupación. No podemos revocarlos, no podemos anularlos, no podemos controlar las consecuencias.
El enfoque proactivo de un error consiste en reconocerlo instantáneamente, corregirlo y aprender de él.
Esto literalmente convierte el fracaso en éxito. «El éxito», dijo T. J. Watson, fundador de la IBM, «está en el lado opuesto del fracaso».
Pero no reconocer un error, no corregirlo ni aprender de él, es un error de otro tipo. Por lo general sitúa a la persona en una senda de autocondena y autojustificación, que a menudo implica la racionalización (mentiras racionales) destinadas a uno mismo y a los demás. Este segundo error, este encubrimiento, potencia el primero, le otorga una importancia desproporcionada, y causa en las personas un daño mucho más profundo.
No es lo que los otros hacen ni nuestros propios errores lo que más nos daña; es nuestra respuesta. Si perseguimos a la víbora venenosa que nos ha mordido, lo único que conseguiremos será provocar que el veneno se extienda por todo nuestro cuerpo. Es mucho mejor tornar medidas inmediatas para extraer el veneno.
Nuestra respuesta a cualquier error afecta a la calidad del momento siguiente. Es importante admitir y corregir de inmediato nuestros errores para que no tengan poder sobre el momento siguiente, y hará que volvamos a tener el poder.

viernes, 7 de noviembre de 2014

Los «tener» y los «ser»

Un modo de determinar cuál es nuestro círculo de preocupación consiste en distinguir los «tener» y los «ser». El círculo de preocupación está lleno de «tener»:
«Me sentiré contento cuando tenga casa propia».
«Si tuviera un jefe que no fuera tan dictador...»
«Si tuviera una esposa más paciente...»
«Si tuviera un hijo más obediente...»
«Si ya tuviera mi título...»
«Si tuviera más tiempo para mí...»
El círculo de influencia está lleno de «ser»: puedo ser más paciente, ser sensato, ser cariñoso. El foco está en el carácter.
Siempre que pensemos que el problema está «allí afuera», este pensamiento es el problema. Otorgamos a lo que está ahí fuera el poder de controlarnos. El paradigma del cambio es entonces «de afuera hacia adentro»: lo que está afuera tiene que cambiar antes que cambiemos nosotros.
El enfoque proactivo consiste en cambiar de adentro hacia afuera: ser distinto, y de esta manera provocar un cambio positivo en lo que está allí afuera: puedo ser más ingenioso, más diligente, más creativo, más cooperativo.
Uno de mis relatos favoritos aparece en el Antiguo Testamento, y constituye una parte fundamental de la historia judeocristiana. Es la historia de José, vendido como esclavo en Egipto por sus hermanos a la edad de diecisiete años. Podemos imaginar lo fácil que le hubiera resultado consumirse en la autocompasión como siervo de Potifar, obsesionarse con las maldades de sus hermanos y sus nuevos amos, y con todo lo que no tenía. Pero José fue proactivo. Trabajó sobre el ser. Y al cabo de poco tiempo, estaba a cargo de la casa de Potifar y de todo lo que Potifar tenía, por la confianza que supo despertar en él.
Llegó el día en que José cayó en una situación difícil y se negó a comprometer su integridad. Como consecuencia, fue encarcelado injustamente durante trece años. Pero volvió a ser proactivo. Trabajó en el círculo interior, en el ser y no en el tener, y pronto estuvo a cargo de la administración de la cárcel y finalmente de toda la nación egipcia, solamente subordinado al faraón.
Sé que esta idea constituye para muchas personas un cambio dramático de paradigma. Es mucho más fácil culpar a los otros, al condicionamiento o a las condiciones por nuestra propia situación de estancamiento.
Pero somos responsables —tenemos «habilidad de respuesta»— de controlar nuestras vidas y de influir poderosamente en nuestras circunstancias trabajando sobre el ser, sobre lo que somos.
Si tengo un problema en mi matrimonio, ¿qué es lo que gano mencionando continuamente los pecados de mi esposa? Al decir que no soy responsable, hago de mí una víctima impotente; me inmovilizo en una situación negativa. También reduzco mi capacidad para influir en ella: mi actitud de regañar, acusar y criticar simplemente hace que ella se sienta ratificada en sus propias flaquezas. Mi capacidad para influir positivamente en la situación se va desvaneciendo y desaparece.
Si realmente quiero mejorar la situación, puedo trabajar en lo único sobre lo que tengo control: yo mismo.
Puedo dejar de pretender poner en orden a mi esposa y trabajar sobre mis propios defectos. Puedo centrarme en ser un gran esposo, una fuente de amor y apoyo incondicionales. Con suerte, mi esposa sentirá el poder del ejemplo proactivo y responderá con la misma moneda. Pero, lo haga o no, el modo más positivo en que yo puedo influir en mi situación consiste en trabajar sobre mí mismo, sobre mi ser.

Hay muchos otros modos de trabajar en el círculo de influencia: ser un mejor oyente, un esposo más afectuoso, un mejor estudiante, un empleado más cooperativo y dedicado. A veces lo más proactivo a nuestro alcance es ser feliz, sonreír auténticamente. La felicidad, como la desdicha, es una elección proactiva. Hay cosas, como el clima, que nunca estarán dentro de nuestro círculo de influencia. Pero una persona proactiva puede llevar dentro de sí su propio clima psíquico o social. Podemos ser felices y aceptar lo que está más allá de nuestro control, mientras centramos nuestros esfuerzos en las cosas que podemos controlar.