Todos tenemos un centro, aunque por lo general no lo
reconozcamos como tal. Tampoco reconocemos sus efectos omnímodos que inciden en
todos los aspectos de nuestras vidas.
Examinemos brevemente varios centros o paradigmas
nucleares típicos para comprender mejor cómo afecta a estas cuatro dimensiones
fundamentales y, en última instancia, al flujo vital que emana de ellas.
Centrarse en el
cónyuge. El matrimonio puede ser la relación humana más íntima, la más
duradera, la que más desarrollo genera. Podría parecer natural y muy adecuado
centrarse en la esposa o el esposo.
Pero existe un problema, la fuerte dependencia emocional.
Si nuestro sentimiento de valía emocional proviene
primordialmente de nuestro matrimonio, nos volvemos altamente dependientes de
esa relación. Somos vulnerables a los estados de ánimo y los sentimientos, la
conducta y el tratamiento que nos da nuestro cónyuge, 0 a cualquier hecho
exterior con el que pueda tropezar el matrimonio: un nuevo hijo, los parientes
políticos, los reveses económicos, los éxitos sociales, etcétera.
Cuando en el matrimonio se acrecientan las
responsabilidades y aparecen las tensiones, nos inclinamos a volver a los
guiones que nos inculcaron durante nuestro crecimiento. Pero lo mismo hace
nuestro cónyuge.
Ahora bien, esos antiguos guiones de los dos miembros de
la pareja no suelen ser idénticos. Emergen a la superficie modos diferentes de
abordar las cuestiones económicas, la disciplina de los hijos, los parientes.
Cuando esas tendencias profundas se combinan en el
matrimonio con la dependencia emocional, la relación centrada en el cónyuge
revela toda su vulnerabilidad.
Si dependemos de la persona con la que estamos en
conflicto, necesidad y conflicto quedan unidos.
Desmesuradas reacciones de amor-odio, inclinación a la
lucha o la evasión, el repliegue, la agresividad, la amargura, el resentimiento
y la fría competencia son algunos de los resultados habituales. Cuando aparecen
tendemos a retroceder a inclinaciones y hábitos aún más antiguos, en un
esfuerzo por justificar y defender nuestra propia conducta y atacar la de
nuestro cónyuge.
Inevitablemente, al sentirnos demasiado vulnerables,
necesitamos protegernos de las nuevas heridas. De modo que recurrimos al
sarcasmo, al humor hiriente, a la crítica, a todo lo que nos evite sacar a la
luz nuestra ternura interior. Cada parte tiende a esperar que la otra tome la
iniciativa en el amor, sólo para sentirse defraudada pero también confirmada en
la justicia de las acusaciones que hace.
En relaciones de este tipo, cuando todo parece ir bien no
hay más que una falsa seguridad. Actúan como guía las emociones del momento. La
sabiduría y el poder se pierden en las interacciones negativas contra
dependientes.
Centrarse en la
familia. Otro centro común es la familia. También esto parece ser natural y
adecuado.
Como área de dedicación y compromiso profundos,
proporciona grandes oportunidades para relaciones intensas, para amar,
compartir, para mucho de lo que hace que la vida sea digna de vivirse. Pero
como centro, paradójicamente, destruye los mismos elementos necesarios para el
éxito familiar.
Las personas centradas en la familia obtienen su sentido
de la seguridad o la valía personal de la tradición, cultura y reputación
familiares. De tal modo, se vuelven vulnerables a cualquier cambio de esa
tradición o cultura y a cualquier influencia que afecte a esa reputación.
Los padres centrados en la familia no tienen la libertad
emocional ni el poder de educar a sus hijos pensando en su verdadero bienestar.
Si extraen su seguridad de la familia, su necesidad de caer bien a los niños y
de que les admiren puede supeditar el compromiso a largo plazo con el
crecimiento y el desarrollo de los hijos. O tal se centren en la conducta
adecuada y correcta del momento. Toda conducta que consideren impropia
amenazará su seguridad. Se trastornan, guiados por emociones circunstanciales,
y reaccionan espontáneamente a las preocupaciones inmediatas, sin pensar en el
crecimiento y el desarrollo a largo plazo de los jóvenes. Tal vez griten o
vociferen. Puede que se excedan, imponiendo castigos como consecuencia de su
mal genio. Tienden a condicionar el amor a sus hijos, con lo cual los hacen
emocionalmente dependientes o contra dependientes y rebeldes.
Centrarse en el
dinero. Otro centro lógico y extremadamente común de la vida de la gente es
el hecho de ganar dinero. La seguridad económica es fundamental para las
oportunidades de alcanzar logros importantes en cualquiera otra dimensión. En
una jerarquía o continuum de necesidades, la supervivencia o la seguridad
físicas aparecen en primer lugar. Mientras esas necesidades básicas no están
satisfechas (por lo menos en grado mínimo), las otras necesidades ni siquiera
se activarán.
La mayoría de nosotros tenemos preocupaciones económicas.
Muchas fuerzas de la cultura global pueden actuar y actúan sobre nuestra
situación económica, causando o amenazando con causar el desgarro de
experimentar una preocupación e inquietud que no siempre emergen a la
conciencia.
A veces se dan razones aparentemente nobles para
justificar la avidez de ganar dinero, como por
ejemplo el deseo de cuidar de la propia familia. Y esas razones son
importantes. Pero cuando uno se centra únicamente en acumular dinero, anula sus
propios esfuerzos.
Consideremos de nuevo los cuatro factores que sustentan
la vida (seguridad, guía, sabiduría y poder).
Supongamos que baso gran parte de mi seguridad en mi
empleo, mis ingresos o mi patrimonio, Puesto que son muchos los factores que
afectan a esas bases económicas, me siento ansioso y molesto, autoprotector y a
la defensiva, Cuando mi sentido del mérito personal proviene de mi patrimonio
soy vulnerable a todo lo que pueda afectar a ese patrimonio. Pero el dinero y
el trabajo por sí solos no proporcionan sabiduría ni guía, y sólo un grado
limitado de poder y seguridad. Bastará una crisis en mi vida o en la vida de un
ser querido, para hacerme comprender las limitaciones de centrarse en el
dinero.
Las personas centradas en el dinero suelen dejar a un
lado a la familia o a otras prioridades, dando por sentado que todos
comprenderán que los requerimientos económicos ocupan el primer lugar.
Centrarse en el
trabajo. Una persona centrada en el trabajo puede convertirse en adicta y
obsesiva, y forzarse a una producción salvaje sacrificando su salud, sus
relaciones y otras importantes áreas de la vida. Su identidad fundamental
proviene de su trabajo: «Soy médico», «Soy escritor», «Soy actor».
Como su identidad y su sentimiento de la propia valía se
nutren del trabajo, su seguridad será vulnerable a todo lo que le impida
continuar en él. Su guía está en función de los requerimientos del trabajo. Su
sabiduría y su poder se concentran en las áreas limitadas de su trabajo,
dejándolo inefectivo en otras áreas de la vida.
Centrarse en las
posesiones. Las posesiones son para muchas personas una fuerza impulsora
(no sólo las posesiones tangibles, materiales, tales como la ropa de moda,
casas, coches, barcos, joyas, sino también las posesiones intangibles de la
fama, la gloria, la posición social). La mayoría de nosotros tenemos
conciencia, por propia experiencia, de lo poco satisfactorio que es ese centro,
simplemente porque puede desvanecerse rápidamente y sufrir la influencia de
innumerables fuerzas.
Si mi sentido de la seguridad reside en mi reputación o
en las cosas que poseo, correré constantemente el riesgo y sufriré la amenaza
de perder esos bienes, de que me los roben o se devalúen. Ante alguien de mayor
patrimonio, fama o status, me sentiré inferior. Ante alguien de patrimonio,
fama o status menores, me sentiré superior. El sentido de mi propia valía
fluctúa constantemente. Carezco de todo sentido de la constancia, de la autoconfianza
o de la personalidad. Constantemente trato de proteger y asegurar mis bienes,
propiedades, seguridades, mi posición o mi reputación. Todos hemos tenido
noticias de personas que se han suicidado después de perder su fortuna en la
bolsa, o su fama en un revés político.
Centrarse en el
placer. Otro centro común estrechamente asociado con las posesiones es el
de la diversión y el placer. En nuestro mundo, la gratificación instantánea es
algo muy publicitado y que está a nuestro alcance.
La televisión y el cine son influencias importantes que
acrecientan las expectativas de la gente; presentan de modo gráfico lo que
otras personas tienen y pueden hacer mientras viven una vida fácil y
«divertida».
Se describe gráficamente el esplendor de los estilos de
vida centrados en el placer, es cierto, pero los resultados naturales de esos
es tilos de vida (los efectos en el interior de la persona, en la productividad
y en las relaciones) casi nunca se presentan con fidelidad.
El placer inocente en grado moderado relaja el cuerpo y
la mente, y promueve las relaciones familiares y de otro tipo. Pero el placer
por sí mismo no ofrece ninguna satisfacción profunda o duradera, ni ningún
sentido de la realización. La persona centrada en el placer, que siempre acaba
aburriéndose con cada uno de los sucesivos niveles de «diversión»,
constantemente reclama más y más. De modo que el nuevo placer tiene que ser
mayor y mejor, más excitante, con una «cima» más alta. Una persona en ese
estado se vuelve casi enteramente narcisista, e interpreta toda su vida en los
términos del placer que le proporciona aquí y ahora.
Demasiadas vacaciones que son demasiado largas, demasiado
cine, demasiada televisión, demasiado tiempo invertido en los juegos
electrónicos, demasiado ocio indisciplinado en el cual el individuo elige continuamente
el camino del menor esfuerzo, son cosas Que erosionan gradualmente una vida. De
ese modo, las capacidades de la persona permanecen adormecidas, el talento no
se desarrolla, la mente y el espíritu se aletargan y el corazón sufre
insatisfecho. ¿Dónde están la seguridad, la guía, la sabiduría y el poder? En
el extremo inferior del continuum, en el placer de un instante fugitivo.
Centrarse en
amigos o enemigos. En particular los jóvenes, pero no sólo ellos, tienden a
centrarse en los amigos. La aceptación y la pertenencia a un grupo de iguales
pueden tener una importancia casi suprema. El espejo social, distorsionado y
cambiante, pasa a ser la fuente de los cuatro factores que sustentan la vida, creándose
entonces un alto grado de dependencia respecto de los fluctuantes estados de
ánimo, sentimientos, actitudes y conductas de los otros.
La amistad puede también centrarse exclusivamente en una
sola persona de una manera comparable a algunas dimensiones del matrimonio,
generando dependencia emocional respecto de un individuo, una espiral ascendente
de necesidad/conflicto, y las interacciones negativas resultantes.
¿Y qué decir cuando es un enemigo el situado en el centro
de la propia vida? La mayoría de las personas nunca piensan en ello, y
probablemente ninguna lo hace conscientemente. Sin embargo, es muy común que la
gente se centre en un enemigo, en particular cuando existe una interacción
frecuente entre quienes se encuentran en un conflicto real. Cuando alguien
siente que ha sido injustamente tratado por una persona emocional o socialmente
significativa, es muy fácil que se obsesione con esa injusticia y convierta a
la otra persona en el centro de su vida. En lugar de conducir proactivamente su
existencia, la persona centrada en el enemigo reacciona con contradependencia a
la conducta y las actitudes de un enemigo percibido.
Muchas personas divorciadas caen en esta pauta. Todavía
las consume la ira y la amargura, y la ansiedad por justificarse con respecto
al ex cónyuge. En un sentido negativo, todavía están psicológicamente casadas;
cada una de ellas necesita de los defectos de su ex pareja para justificar sus
acusaciones.
Muchos «niños grandes» atraviesan la vida odiando secreta
o abiertamente a sus padres. Los culpan por su comportamiento pasado, su
desatención o favoritismo, y centran su vida adulta en ese odio, siguiendo las estipulaciones
del guion reactivo y justificador que lo acompaña.
El individuo centrado en amigos o enemigos no tiene una
seguridad intrínseca. Su sentimiento de los propios méritos es volátil, está en
función de los estados emocionales o de la conducta de otras personas. La guía
proviene del modo en que percibe que responderán los otros, y la sabiduría está
limitada por la óptica social o por una Paranoia centrada en el enemigo. El
individuo no tiene ningún poder. Otras personas manejan los hilos.
Centrarse en la Iglesia.
Creo que toda persona seriamente prometida con una Iglesia reconocerá que la asistencia
a las reuniones no es sinónimo de espiritualidad personal. Hay quienes se
obsesionan tanto con el culto y los proyectos de la Iglesia que pierden
sensibilidad ante las apremiantes necesidades humanas que los rodean, con lo
cual contradicen los preceptos mismos que creen profesar profundamente. Otros
acuden a la iglesia con menos frecuencia, o no van en absoluto, pero sus
actitudes y conducta reflejan una concentración más genuina en los principios
básicos de la ética judeo-cristiana.
He participado durante toda mi vida en grupos de
servicios comunitarios y relacionados con iglesias, y sé que acudir a la
iglesia no necesariamente significa que se vivan los principios que se enseñan
en esas reuniones. Se puede ser miembro activo de una Iglesia, pero inactivo en
la práctica de su evangelio.
En la vida centrada en la Iglesia, la imagen o apariencia
puede pasar a ser la consideración dominante en la persona, lo cual conduce a
una hipocresía que socava la seguridad personal y el merecimiento intrínseco.
La guía proviene de una conciencia moral social, y la persona centrada en la
Iglesia tiende a etiquetar artificialmente a los otros como «activos»,
«inactivos», «liberales», «ortodoxos» o «conservadores».
Como la Iglesia es una organización formal constituida
por políticas, programas, prácticas y personas, por sí misma no puede otorgar a
nadie una seguridad o unos sentimientos de valía intrínsecos profundos y permanentes.
Vivir en concordancia con los principios que se enseñan en la Iglesia sí puede
hacerlo, pero la organización por sí sola, no.
Tampoco puede la Iglesia proporcionar una guía constante.
Las personas centradas en la Iglesia suelen tender a vivir en compartimientos,
actuando, pensando y sintiendo de cierto modo el domingo, y de modos totalmente
distintos el resto de la semana. Esa falta de totalidad, unidad o integridad
constituye una amenaza adicional a la seguridad, que crea la necesidad de una
mayor etiquetación y auto-justificación.
Cuando se ve la Iglesia como un fin y no como un medio,
quedan minados la sabiduría y el sentido del equilibrio. Aunque la Iglesia
pretende impartir enseñanzas sobre la fuente del poder, no pretende ser ese
poder en sí mismo. Sostiene que es un vehículo través del cual el poder divino
puede canalizarse en la naturaleza del hombre.
Centrarse en uno
mismo. Tal vez el centro más común en nuestros días sea la propia persona.
La forma más obvia es el egoísmo, aunque viola los valores declarados de la
mayoría de nosotros. Pero si consideramos estrechamente muchos de los enfoques
populares del desarrollo y la autorrealización, a menudo encontramos en su
núcleo la concentración en uno mismo.
En el limitado centro de uno mismo hay poca seguridad,
guía, sabiduría o poder. Lo mismo que el Mar Muerto en Palestina, acepta pero
nunca da. Estanca.
Por otro lado, si se presta atención al desarrollo del
propio ser dentro de la perspectiva más amplia del perfeccionamiento de la
capacidad para servir, producir y realizar contribuciones de modo
significativo, entonces se establece un contexto para el fortalecimiento
espectacular de los cuatro factores que sustentan la vida.
Éstos son algunos de los centros más comunes a partir de
los cuales la gente enfoca la vida. Suele ser mucho más fácil reconocer el
centro en la vida de otro que verlo en la propia. Probablemente conozcas a
alguien para quien lo más importante sea ganar dinero. Probablemente conocerás
a alguien que dedique su energía a justificar su posición en una relación
negativa en curso. Si se presta atención, detrás de las conductas puede verse
el centro que las crea.