Un modo de determinar cuál es nuestro círculo de
preocupación consiste en distinguir los «tener» y los «ser». El círculo de
preocupación está lleno de «tener»:
«Me sentiré contento cuando tenga casa propia».
«Si tuviera un jefe que no fuera tan dictador...»
«Si tuviera una esposa más paciente...»
«Si tuviera un hijo más obediente...»
«Si ya tuviera mi título...»
«Si tuviera más tiempo para mí...»
El círculo de influencia está lleno de «ser»: puedo ser
más paciente, ser sensato, ser cariñoso. El foco está en el carácter.
Siempre que pensemos que el problema está «allí afuera»,
este pensamiento es el problema. Otorgamos a lo que está ahí fuera el poder de
controlarnos. El paradigma del cambio es entonces «de afuera hacia adentro»: lo
que está afuera tiene que cambiar antes que cambiemos nosotros.
El enfoque proactivo consiste en cambiar de adentro hacia
afuera: ser distinto, y de esta manera provocar un cambio positivo en lo que
está allí afuera: puedo ser más ingenioso, más diligente, más creativo, más
cooperativo.
Uno de mis relatos favoritos aparece en el Antiguo
Testamento, y constituye una parte fundamental de la historia judeocristiana.
Es la historia de José, vendido como esclavo en Egipto por sus hermanos a la
edad de diecisiete años. Podemos imaginar lo fácil que le hubiera resultado
consumirse en la autocompasión como siervo de Potifar, obsesionarse con las
maldades de sus hermanos y sus nuevos amos, y con todo lo que no tenía. Pero
José fue proactivo. Trabajó sobre el ser. Y al cabo de poco tiempo, estaba a
cargo de la casa de Potifar y de todo lo que Potifar tenía, por la confianza
que supo despertar en él.
Llegó el día en que José cayó en una situación difícil y
se negó a comprometer su integridad. Como consecuencia, fue encarcelado
injustamente durante trece años. Pero volvió a ser proactivo. Trabajó en el
círculo interior, en el ser y no en el tener, y pronto estuvo a cargo de la
administración de la cárcel y finalmente de toda la nación egipcia, solamente
subordinado al faraón.
Sé que esta idea constituye para muchas personas un
cambio dramático de paradigma. Es mucho más fácil culpar a los otros, al
condicionamiento o a las condiciones por nuestra propia situación de
estancamiento.
Pero somos responsables —tenemos «habilidad de
respuesta»— de controlar nuestras vidas y de influir poderosamente en nuestras
circunstancias trabajando sobre el ser, sobre lo que somos.
Si tengo un problema en mi matrimonio, ¿qué es lo que
gano mencionando continuamente los pecados de mi esposa? Al decir que no soy
responsable, hago de mí una víctima impotente; me inmovilizo en una situación
negativa. También reduzco mi capacidad para influir en ella: mi actitud de
regañar, acusar y criticar simplemente hace que ella se sienta ratificada en
sus propias flaquezas. Mi capacidad para influir positivamente en la situación
se va desvaneciendo y desaparece.
Si realmente quiero mejorar la situación, puedo trabajar
en lo único sobre lo que tengo control: yo mismo.
Puedo dejar de pretender poner en orden a mi esposa y
trabajar sobre mis propios defectos. Puedo centrarme en ser un gran esposo, una
fuente de amor y apoyo incondicionales. Con suerte, mi esposa sentirá el poder
del ejemplo proactivo y responderá con la misma moneda. Pero, lo haga o no, el
modo más positivo en que yo puedo influir en mi situación consiste en trabajar
sobre mí mismo, sobre mi ser.
Hay muchos otros modos de trabajar en el círculo de
influencia: ser un mejor oyente, un esposo más afectuoso, un mejor estudiante,
un empleado más cooperativo y dedicado. A veces lo más proactivo a nuestro
alcance es ser feliz, sonreír auténticamente. La felicidad, como la desdicha,
es una elección proactiva. Hay cosas, como el clima, que nunca estarán dentro
de nuestro círculo de influencia. Pero una persona proactiva puede llevar
dentro de sí su propio clima psíquico o social. Podemos ser felices y aceptar
lo que está más allá de nuestro control, mientras centramos nuestros esfuerzos
en las cosas que podemos controlar.
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