Antes de cambiar totalmente el rumbo de nuestra vida,
llevándolo al círculo de influencia, tenemos que considerar dos cosas de
nuestro círculo de preocupación que merecen una consideración más profunda: las
consecuencias y los errores.
Si bien somos libres para elegir nuestras acciones, no lo
somos para elegir las consecuencias de esas acciones. Las consecuencias son
gobernadas por leyes naturales. Están fuera del círculo de influencia, en el
círculo de preocupación. Podemos elegir pararnos en medio de la vía cuando un
tren avanza velozmente hacia nosotros, Pero no podemos decidir qué sucederá
cuando el tren nos atropelle.
Podemos optar por ser deshonestos en nuestros tratos
comerciales. Si bien las consecuencias sociales de esa conducta dependerán
mucho de que nos descubran o no, las consecuencias naturales para nuestro
carácter básico serán un resultado determinado.
Nuestra conducta es gobernada por principios. Vivir en
armonía con los principios tiene consecuencias positivas; violarlos determina
consecuencias negativas. Somos libres para elegir nuestra respuesta en
cualquier situación, pero al elegir también optamos por la consecuencia
correspondiente. «Cuando uno recoge una punta del palo, también recoge la
otra.»
Sin duda, en la vida de todos hay momentos en los que
recogemos lo que más tarde nos parece un palo equivocado. Nuestras elecciones
tienen consecuencias que preferiríamos no padecer. Si pudiéramos elegir
nuevamente, lo haríamos de otro modo. A esas elecciones las llamamos errores, y
son la segunda cosa que merece una consideración más profunda.
Para quienes están llenos de arrepentimiento, tal vez el
ejercicio más necesario de proactividad consista en comprender que los errores
pasados también están ahí afuera, en el círculo de preocupación. No podemos
revocarlos, no podemos anularlos, no podemos controlar las consecuencias.
El enfoque proactivo de un error consiste en reconocerlo
instantáneamente, corregirlo y aprender de él.
Esto literalmente convierte el fracaso en éxito. «El
éxito», dijo T. J. Watson, fundador de la IBM, «está en el lado opuesto del
fracaso».
Pero no reconocer un error, no corregirlo ni aprender de
él, es un error de otro tipo. Por lo general sitúa a la persona en una senda de
autocondena y autojustificación, que a menudo implica la racionalización
(mentiras racionales) destinadas a uno mismo y a los demás. Este segundo error,
este encubrimiento, potencia el primero, le otorga una importancia
desproporcionada, y causa en las personas un daño mucho más profundo.
No es lo que los otros hacen ni nuestros propios errores
lo que más nos daña; es nuestra respuesta. Si perseguimos a la víbora venenosa
que nos ha mordido, lo único que conseguiremos será provocar que el veneno se
extienda por todo nuestro cuerpo. Es mucho mejor tornar medidas inmediatas para
extraer el veneno.
Nuestra respuesta a cualquier error afecta a la
calidad del momento siguiente. Es importante admitir y corregir de inmediato
nuestros errores para que no tengan poder sobre el momento siguiente, y hará
que volvamos a tener el poder.
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