martes, 11 de noviembre de 2014

Proactividad: el test de los treinta días

No es necesario que pasemos por la experiencia de Frankl en el campo de concentración para reconocer y desarrollar nuestra propia proactividad. Es en los acontecimientos ordinarios de la vida cotidiana cuando desarrollamos la capacidad proactiva para hacer frente a las extraordinarias presiones de la vida. Así nos comprometemos y mantenemos los compromisos, así resolvemos un atasco de tráfico, así respondemos a un cliente encolerizado o a un chico desobediente. Así vemos nuestros problemas y es allí donde concentramos nuestras energías. Es el lenguaje que usamos.
Te desafío a que pongas a prueba el principio de la proactividad durante treinta días. Simplemente inténtalo y mira lo que sucede. Durante treinta días trabaja sólo en un círculo de influencia. Plantéate pequeños compromisos y mantenelos. Se una luz, no un juez. Se un modelo, no un crítico. Se una parte de la solución, no parte del problema.
Ensaya el principio en tu matrimonio, en tu familia, en tu empleo. No aduzcas defectos de otras personas.
No aduzcas tus propias debilidades. Cuando cometas un error, admitilo, corregilo y aprende de él: inmediatamente. No culpes ni acuses. Trabaja sobre las cosas que controlas. Trabaja sobre vos. Sobre el ser.
Ve las debilidades de los otros con compasión, no acusadoramente. La cuestión no reside en lo que ellos hacen o deberían hacer, sino en tu propia respuesta a la situación y en lo que debes hacer. Si empezas a pensar que el problema está «allí afuera», detenete. Ese pensamiento es el problema.
Las personas que ejercitan día tras día su libertad embrionaria la van ampliando poco a poco. Las personas que no lo hacen la ven debilitarse hasta que dejan de vivir y literalmente «son vividas». Actúan según los guiones escritos por los padres, los compañeros, la sociedad.
Somos responsables de nuestra propia efectividad, de nuestra felicidad, y, en última instancia, diría que de la mayor parte de nuestras circunstancias.
Samuel Johnson observó: «La fuente de la alegría debe brotar en la mente, y quien conozca tan poco la naturaleza humana como para buscar la felicidad en cualquier cosa que no sea su propia disposición, malgastará su vida en esfuerzos infructuosos y multiplicará las aflicciones que se propone suprimir».

Saber que somos responsables —con «habilidad de respuesta»— es fundamental para la efectividad y para todos los demás hábitos de efectividad que vamos a considerar.

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