En el corazón mismo del círculo de influencia se
encuentra nuestra aptitud para comprometernos y prometer, y para mantener
compromisos y promesas. Los compromisos con nosotros mismos y con los demás y
la integridad con que los mantenemos son la esencia de nuestra proactividad.
Allí también reside la esencia de nuestro crecimiento.
Gracias a las dotes humanas de la autoconciencia y la conciencia moral,
advertimos áreas de debilidad, áreas que hay que mejorar, áreas de talento que
pueden desarrollarse, áreas que hay que cambiar o eliminar de nuestras vidas.
Cuando reconocemos y utilizamos nuestra imaginación y nuestra voluntad
independiente para actuar sobre la base de esas percepciones (haciendo promesas,
estableciendo metas y siéndoles fíeles) adquirimos la fuerza de carácter, el
ser, que hace posible todas las otras cosas positivas de nuestras vidas.
En este punto encontramos dos modos de tomar de inmediato
el control de nuestras vidas. Podemos hacer una promesa... y mantenerla. O
establecer una meta... y trabajar para alcanzarla. Al comprometernos y mantener
nuestros compromisos empezamos a establecer una integridad que nos proporciona
la conciencia del autocontrol, y el coraje y la fuerza de aceptar más
responsabilidad por nuestras propias vidas. Al hacer y mantener promesas
(promesas a nosotros mismos y a otros) poco a poco nuestro honor para a ser más
importante que nuestros estados de ánimo.
El poder de comprometernos con nosotros mismos y de mantener
esos compromisos es la esencia del desarrollo de los hábitos básicos de la
efectividad. El conocimiento, la capacidad y el deseo están dentro de nuestro
control. Podemos trabajar sobre cualquiera de esos tres elementos para mejorar
el equilibrio entre los tres. Al ampliarse el área de intersección,
internalizamos más profundamente los principios en que se basan los hábitos, y
adquirimos fuerza de carácter para avanzar de modo equilibrado hacia una
progresiva efectividad en nuestras vidas.
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