Como ya hemos dicho, la proactividad se basa en el
privilegio humano de la autoconciencia. Los dos privilegios humanos adicionales
que nos permiten ampliar nuestra proactividad y ejercer el liderazgo personal
en nuestras vidas son la imaginación y la conciencia moral.
Por medio de la imaginación podemos visualizar los mundos
potenciales que hay en nuestro interior. Por medio de la conciencia moral
podemos entrar en contacto con leyes o principios universales, con nuestros
talentos y formas de contribución particulares, y con las directrices
personales con los cuales podremos desarrollarlos más efectivamente. Junto con
la autoconciencia, estas dos características humanas nos permiten escribir
nuestro propio guion.
Dado que ya vivimos con muchos guiones que nos han
transmitido, el proceso de escribir nuestros propios guiones es en realidad un
proceso de reescritura o cambio de paradigma: de cambio de algunos de los
paradigmas básicos que ya tenemos. Cuando reconocemos los guiones inefectivos,
los paradigmas incorrectos o incompletos que están en nuestro interior, podemos
empezar a rescribir proactivamente nuestros guiones.
Creo que una de las descripciones más inspiradoras de ese
proceso de reescritura se encuentra en la autobiografía de Anuar el Sadat, el
ex presidente de Egipto. Sadat había sido educado en el odio a Israel,
inculcado mediante profundos guiones. En una oportunidad dijo por la televisión
nacional: «Nunca estrecharé la mano de un israelí mientras ellos ocupen un
centímetro del suelo árabe. ¡Nunca, nunca, nunca!». Y multitudes enormes en
todo el país corearon: (Nunca, nunca, nunca». Con ese guion reunió la energía y
unificó la voluntad de toda la nación.
Aquel guion era muy independiente y nacionalista, y
despertó profundas emociones en el pueblo. Pero era también muy tonto, y, Sadat
lo sabía. Aquel guion ignoraba la realidad de la situación, peligrosa y
sumamente interdependiente.
De modo que Sadat lo reescribió. Aquél era un proceso que
había aprendido de joven, cuando estuvo encerrado en la celda de aislamiento 54
de la Prisión Central de El Cairo, como consecuencia de su participación en una
conspiración contra el rey Faruk. Había aprendido a distanciarse respecto de su
propia mente y examinarla para ver si los guiones eran adecuados y sensatos.
Había aprendido a vaciar su mente, y, por medio de un profundo proceso personal
de meditación, trabajar con sus propias escrituras, su propia forma de
plegaria, y reescribirse a sí mismo.
Dice en su libro que casi lamentó tener que dejar la
celda, porque fue allí donde comprendió que el verdadero éxito es el éxito que
se obtiene con uno mismo. No consiste en tener cosas, sino en el autodominio,
en la victoria sobre sí.
Durante cierto período de la administración de Nasser,
Sadat fue relegado a una posición de relativa insignificancia. Todos creían que
estaba espiritualmente acabado, pero no era así. Estaba proyectando en su
interior sus propias películas. No lo entendían. Él esperaba su momento.
Cuando ese momento llegó, cuando se convirtió en
presidente de Egipto y afrontó la realidad política, reescribió su guion
respecto de Israel. Visitó la Knesset en Tel Aviv, e inició uno de los
movimientos hacia la paz más renovadores de la historia del mundo, una osada
iniciativa que finalmente condujo a los Acuerdos de Camp David.
Sadat supo emplear su autoconciencia, su imaginación y su
conciencia moral en el ejercicio del liderazgo personal para cambiar un
paradigma esencial y el modo en que veía la situación. Trabajó en el centro de
su círculo de influencia. Y a partir de esa reescritura, de ese cambio de
paradigma, se generaron cambios de conducta y actitud que afectaron a millones
de vidas en el círculo de preocupación.
Al desarrollar nuestra autoconciencia, muchos de nosotros
descubrimos guiones inefectivos, hábitos profundamente enraizados y totalmente
indignos de nosotros, por completo incongruentes con las cosas que
verdaderamente valoramos en la vida. El segundo hábito dice que no es
obligatorio vivir siguiendo esos guiones. Tenemos la responsabilidad de
utilizar nuestra imaginación y creatividad para escribir otros nuevos, más
efectivos, más congruentes con nuestros valores más profundos y con los
principios correctos que dan sentido a nuestros valores.
Supongamos, por ejemplo, que soy hipersensible y
reacciono irracionalmente ante la conducta de mis hijos.
Supongamos que cada vez que empiezan a hacer algo que me
parece que es inadecuado, siento de inmediato un nudo en la boca del estómago.
Estoy frente a una muralla que tengo que escalar; me preparo para la batalla.
Mi objetivo no está en el desarrollo y la comprensión a
largo plazo, sino en la conducta inmediata. Trato de ganar la batalla, no la
guerra.
Expongo públicamente mis municiones (soy más grande,
ocupo una posición de autoridad) y grito o intimido, amenazo o castigo. Y gano.
Allí estoy, victorioso, entre los escombros de una relación rota, mientras mis
hijos se someten exteriormente e interiormente se rebelan, reprimiendo sentimientos
que más tarde surgirán de modo aún peor.
Ahora bien, en el funeral que visualizamos antes, si
tuviera que hablar uno de mis hijos, me gustaría que su vida representara una
victoria de la enseñanza, el adiestramiento y la disciplina con amor a lo largo
de los años, y no que estuviera constituida únicamente por cicatrices de las
heridas recibidas en escaramuzas de arreglo transitorio. Querría que su corazón
y su mente estuvieran llenos del grato recuerdo de momentos profundos y
significativos que hubiéramos pasado juntos. Querría que me recordara como
padre amante que compartió las alegrías y las penurias del crecimiento. Querría
que pensara en las veces en que se acercó a mí contándome sus problemas y
preocupaciones.
Querría haber escuchado, amado y ayudado. Querría que
supiera que no fui perfecto, pero que hice cuanto estuvo a mi alcance. Y que lo
amé, tal vez más que nadie en el mundo.
La razón por la cual deseo todo eso es que, en mi más
profundo interior, valoro a mis hijos. Los amo, quiero ayudarlos. Valoro mi rol
como padre.
Pero no siempre tengo esos valores a la vista. Estoy
apresado «en la densa red de las cosas tenues». Lo que más importa está
enterrado bajo capas de problemas apremiantes, preocupaciones inmediatas y
conductas exteriores. Y el modo en que interactúo cotidianamente con mis hijos
tiene poco que ver con mis sentimientos profundos respecto de ellos.
Como soy autoconsciente, como tengo imaginación y
conciencia moral, puedo examinar mis valores más profundos, comprender que el
guion con el que vivo no está en armonía con esos valores, que mi vida no es el
producto de mi propio designio proactivo, sino el resultado de la primera
creación que he dejado en manos de las circunstancias y de otras personas. Y
puedo cambiar. Puedo vivir a partir de mi imaginación y no de mi memoria. Puedo
relacionarme con mi potencial ilimitado en lugar de hacerlo con mi pasado
limitador. Puedo convertirme en mi propio primer creador.
Empezar con un fin en mente significa enfocar mi rol como
padre, y mis otros roles en la vida, teniendo claros mis valores y mi
orientación. Significa ser responsable de mi propia y primera creación,
reescribir mis guiones de modo que los paradigmas de los que surgen mi conducta
y mis actitudes sean congruentes con mis valores más profundos y estén en
armonía con los principios correctos.
También significa empezar cada día teniendo esos valores
firmemente presentes. Entonces, cuando aparezcan los problemas, los desafíos,
podré tomar mis decisiones basándome en esos valores. Puedo actuar con
integridad. No me veo obligado a reaccionar ante las circunstancias, guiado por
emociones momentáneas.
Puedo ser verdaderamente proactivo, verme impulsado por
valores, porque mis valores ya están definidos.
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