martes, 25 de noviembre de 2014

Reescribir el guion: conviértase en su primer creador

Como ya hemos dicho, la proactividad se basa en el privilegio humano de la autoconciencia. Los dos privilegios humanos adicionales que nos permiten ampliar nuestra proactividad y ejercer el liderazgo personal en nuestras vidas son la imaginación y la conciencia moral.
Por medio de la imaginación podemos visualizar los mundos potenciales que hay en nuestro interior. Por medio de la conciencia moral podemos entrar en contacto con leyes o principios universales, con nuestros talentos y formas de contribución particulares, y con las directrices personales con los cuales podremos desarrollarlos más efectivamente. Junto con la autoconciencia, estas dos características humanas nos permiten escribir nuestro propio guion.
Dado que ya vivimos con muchos guiones que nos han transmitido, el proceso de escribir nuestros propios guiones es en realidad un proceso de reescritura o cambio de paradigma: de cambio de algunos de los paradigmas básicos que ya tenemos. Cuando reconocemos los guiones inefectivos, los paradigmas incorrectos o incompletos que están en nuestro interior, podemos empezar a rescribir proactivamente nuestros guiones.
Creo que una de las descripciones más inspiradoras de ese proceso de reescritura se encuentra en la autobiografía de Anuar el Sadat, el ex presidente de Egipto. Sadat había sido educado en el odio a Israel, inculcado mediante profundos guiones. En una oportunidad dijo por la televisión nacional: «Nunca estrecharé la mano de un israelí mientras ellos ocupen un centímetro del suelo árabe. ¡Nunca, nunca, nunca!». Y multitudes enormes en todo el país corearon: (Nunca, nunca, nunca». Con ese guion reunió la energía y unificó la voluntad de toda la nación.
Aquel guion era muy independiente y nacionalista, y despertó profundas emociones en el pueblo. Pero era también muy tonto, y, Sadat lo sabía. Aquel guion ignoraba la realidad de la situación, peligrosa y sumamente interdependiente.
De modo que Sadat lo reescribió. Aquél era un proceso que había aprendido de joven, cuando estuvo encerrado en la celda de aislamiento 54 de la Prisión Central de El Cairo, como consecuencia de su participación en una conspiración contra el rey Faruk. Había aprendido a distanciarse respecto de su propia mente y examinarla para ver si los guiones eran adecuados y sensatos. Había aprendido a vaciar su mente, y, por medio de un profundo proceso personal de meditación, trabajar con sus propias escrituras, su propia forma de plegaria, y reescribirse a sí mismo.
Dice en su libro que casi lamentó tener que dejar la celda, porque fue allí donde comprendió que el verdadero éxito es el éxito que se obtiene con uno mismo. No consiste en tener cosas, sino en el autodominio, en la victoria sobre sí.
Durante cierto período de la administración de Nasser, Sadat fue relegado a una posición de relativa insignificancia. Todos creían que estaba espiritualmente acabado, pero no era así. Estaba proyectando en su interior sus propias películas. No lo entendían. Él esperaba su momento.
Cuando ese momento llegó, cuando se convirtió en presidente de Egipto y afrontó la realidad política, reescribió su guion respecto de Israel. Visitó la Knesset en Tel Aviv, e inició uno de los movimientos hacia la paz más renovadores de la historia del mundo, una osada iniciativa que finalmente condujo a los Acuerdos de Camp David.
Sadat supo emplear su autoconciencia, su imaginación y su conciencia moral en el ejercicio del liderazgo personal para cambiar un paradigma esencial y el modo en que veía la situación. Trabajó en el centro de su círculo de influencia. Y a partir de esa reescritura, de ese cambio de paradigma, se generaron cambios de conducta y actitud que afectaron a millones de vidas en el círculo de preocupación.
Al desarrollar nuestra autoconciencia, muchos de nosotros descubrimos guiones inefectivos, hábitos profundamente enraizados y totalmente indignos de nosotros, por completo incongruentes con las cosas que verdaderamente valoramos en la vida. El segundo hábito dice que no es obligatorio vivir siguiendo esos guiones. Tenemos la responsabilidad de utilizar nuestra imaginación y creatividad para escribir otros nuevos, más efectivos, más congruentes con nuestros valores más profundos y con los principios correctos que dan sentido a nuestros valores.
Supongamos, por ejemplo, que soy hipersensible y reacciono irracionalmente ante la conducta de mis hijos.
Supongamos que cada vez que empiezan a hacer algo que me parece que es inadecuado, siento de inmediato un nudo en la boca del estómago. Estoy frente a una muralla que tengo que escalar; me preparo para la batalla.
Mi objetivo no está en el desarrollo y la comprensión a largo plazo, sino en la conducta inmediata. Trato de ganar la batalla, no la guerra.
Expongo públicamente mis municiones (soy más grande, ocupo una posición de autoridad) y grito o intimido, amenazo o castigo. Y gano. Allí estoy, victorioso, entre los escombros de una relación rota, mientras mis hijos se someten exteriormente e interiormente se rebelan, reprimiendo sentimientos que más tarde surgirán de modo aún peor.
Ahora bien, en el funeral que visualizamos antes, si tuviera que hablar uno de mis hijos, me gustaría que su vida representara una victoria de la enseñanza, el adiestramiento y la disciplina con amor a lo largo de los años, y no que estuviera constituida únicamente por cicatrices de las heridas recibidas en escaramuzas de arreglo transitorio. Querría que su corazón y su mente estuvieran llenos del grato recuerdo de momentos profundos y significativos que hubiéramos pasado juntos. Querría que me recordara como padre amante que compartió las alegrías y las penurias del crecimiento. Querría que pensara en las veces en que se acercó a mí contándome sus problemas y preocupaciones.
Querría haber escuchado, amado y ayudado. Querría que supiera que no fui perfecto, pero que hice cuanto estuvo a mi alcance. Y que lo amé, tal vez más que nadie en el mundo.
La razón por la cual deseo todo eso es que, en mi más profundo interior, valoro a mis hijos. Los amo, quiero ayudarlos. Valoro mi rol como padre.
Pero no siempre tengo esos valores a la vista. Estoy apresado «en la densa red de las cosas tenues». Lo que más importa está enterrado bajo capas de problemas apremiantes, preocupaciones inmediatas y conductas exteriores. Y el modo en que interactúo cotidianamente con mis hijos tiene poco que ver con mis sentimientos profundos respecto de ellos.
Como soy autoconsciente, como tengo imaginación y conciencia moral, puedo examinar mis valores más profundos, comprender que el guion con el que vivo no está en armonía con esos valores, que mi vida no es el producto de mi propio designio proactivo, sino el resultado de la primera creación que he dejado en manos de las circunstancias y de otras personas. Y puedo cambiar. Puedo vivir a partir de mi imaginación y no de mi memoria. Puedo relacionarme con mi potencial ilimitado en lugar de hacerlo con mi pasado limitador. Puedo convertirme en mi propio primer creador.
Empezar con un fin en mente significa enfocar mi rol como padre, y mis otros roles en la vida, teniendo claros mis valores y mi orientación. Significa ser responsable de mi propia y primera creación, reescribir mis guiones de modo que los paradigmas de los que surgen mi conducta y mis actitudes sean congruentes con mis valores más profundos y estén en armonía con los principios correctos.
También significa empezar cada día teniendo esos valores firmemente presentes. Entonces, cuando aparezcan los problemas, los desafíos, podré tomar mis decisiones basándome en esos valores. Puedo actuar con integridad. No me veo obligado a reaccionar ante las circunstancias, guiado por emociones momentáneas.

Puedo ser verdaderamente proactivo, verme impulsado por valores, porque mis valores ya están definidos.

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