Resulta alentador comprender que al elegir nuestra
respuesta a las circunstancias influimos poderosamente en nuestras
circunstancias. Cuando cambiamos una parte de una fórmula química, cambiamos la
naturaleza de los resultados.
Tomemos como ejemplo, una organización que estaba
encabezada por una persona muy dinámica.
Interpretaba las tendencias. Era creativa, inteligente,
capaz y brillante, y todos lo sabían. Pero tenía un estilo muy dictatorial.
Tendía a tratar a las personas como si fueran autómatas, como si carecieran de
juicio propio. Su manera de hablarles a quienes trabajaban en la organización
era «Busque esto... Busque aquello... Ahora haga esto... Ahora haga aquello: yo
tomaré las decisiones».
El efecto global fue que se ganó la antipatía de casi
todo el equipo ejecutivo que lo rodeaba. Los funcionarios se reunían en los
pasillos y se quejaban de él mutuamente. Discutían muy sutilmente, con
claridad, como si trataran de solucionar la situación. Pero lo hacían de modo
incesante, absolviéndose de toda responsabilidad por las debilidades del
presidente.
«No puedes imaginar lo que ha pasado esta vez —decía
alguien—. El otro día vino a mi departamento. Yo ya lo tenía todo organizado.
Pero él entró y me dio indicaciones totalmente diferentes. Tiró por la ventana
todo lo que yo había estado haciendo durante meses. No sé cómo se supone que
voy a seguir trabajando para él.
¿Cuánto faltará para que se jubile?»
—Tiene sólo cincuenta y nueve años —respondió alguien—.
¿Crees que sobrevivirás seis años más?
—No lo sé. Además es el tipo de persona que probablemente
Quiera seguir trabajando.
Pero uno de los ejecutivos era proactivo. Lo impulsaban
valores, no sentimientos. Tomó la iniciativa: se anticipó, empatizó, interpretó
la situación. No dejaba de ver los defectos del presidente, pero, en lugar de criticarlo,
los compensó. En los puntos en que el estilo del presidente era débil, procuró
actuar como amortiguador para salvaguardar a su personal y convertir en
irrelevantes esas debilidades. Y trabajó con los puntos fuertes del presidente:
su visión, su talento, su creatividad.
Este hombre se centró en su círculo de influencia.
También era tratado como un autómata. Pero hizo más de lo que se esperaba de
él. Se anticipó a las necesidades del presidente; interpretó con empatía su preocupación
subyacente, de modo que al llevarle información también le entregó su análisis
y las recomendaciones basadas en ese análisis.
No es raro que el presidente diga de él: «No puedo creer
lo que ha hecho este hombre. No sólo me entrega la información que le pedí sino
también información adicional, que es exactamente lo que necesitamos. Incluso
la analiza en los términos de mis preocupaciones más profundas, y agrega una
lista de recomendaciones. Las recomendaciones son coherentes con el análisis, y
el análisis coherente con los datos. ¡Una persona notable! ¡Qué alivio no tener
que preocuparme por ese sector de la empresa!».
Y en la reunión siguiente, siguió diciéndoles «Busque
esto, busque aquello» a todos los ejecutivos, salvo a uno. A ese hombre le
preguntó: « ¿Cuál es su opinión?». El círculo de influencia de este último
había crecido.
El hecho provocó una conmoción en la organización. Las
mentes reactivas de los corredores empezaron a disparar sus municiones
vindicativas sobre aquel hombre proactivo.
Está en la naturaleza de las personas reactivas el
absolverse de toda responsabilidad. Es mucho más seguro decir «No soy
responsable». Si digo «Soy responsable», corro el riesgo de tener que decir
«Soy irresponsable». Tal vez me resulte difícil admitir que tengo el poder de
elegir mi respuesta, y que la respuesta que he elegido me lleva a sumarme a un
ambiente negativo, conflictivo, en especial si durante años me he absuelto de
toda responsabilidad por los resultados apelando a las flaquezas de algún otro.
De modo que esos ejecutivos se centraron en la
consecución de más información, más municiones, más pruebas a favor de la idea
de que no eran responsables.
Pero este hombre del que hablo también fue proactivo
respecto de ellos. Poco a poco, también fue creciendo su círculo de influencia
en esa área. Siguió expandiéndose hasta que finalmente nadie (ni siquiera el presidente)
adoptó una medida significativa para la organización sin que este ejecutivo
participara y la aprobara de algún modo. Pero el presidente no se sentía
amenazado, porque la fuerza de aquel hombre complementaba su propia fuerza y
compensaba sus debilidades. De ese modo él contaba con la fuerza de dos
personas trabajando en equipo.
El éxito de aquel hombre no dependía de las
circunstancias. Muchos otros estaban en la misma situación.
La diferencia residía en la respuesta que eligió, en el
hecho de que se hubiera concentrado en su círculo de influencia.
Algunas personas creen que «proactivo» significa
arrogante, agresivo o insensible; no se trata de eso en absoluto. Las personas
proactivas no son arrogantes. Son listas, se mueven por valores, interpretan la
realidad y saben lo que se necesita.
Pensemos en Gandhi. Mientras que sus acusadores estaban
en las cámaras legislativas criticándolo porque no se unía a su círculo de
retórica condenatoria del imperio británico por el sometimiento del pueblo indio,
Gandhi expandía su círculo de influencia entre los campesinos, silenciosa,
lenta e imperceptiblemente.
Una ola de apoyo, confianza y fe le seguía en los campos.
Aunque no tenía ningún cargo ni posición política, por medio del ayuno y la
persuasión moral finalmente puso a Inglaterra de rodillas, quebrando la
dominación política impuesta a trescientos millones de personas con el poder de
su círculo de influencia enormemente ampliado.