Dado que nuestras actitudes y conductas fluyen de
nuestros paradigmas, si las examinamos utilizando la autoconciencia, a menudo
descubrimos en ellas la naturaleza de nuestros mapas subyacentes. Nuestro
lenguaje, por ejemplo, es un indicador muy fiel del grado en que nos vemos como
personas proactivas.
El lenguaje de las personas reactivas las absuelve de
responsabilidad.
«Ése soy yo. Yo soy así, eso es todo.» Estoy determinado.
No puedo hacer nada al respecto.
« ¡Me vuelvo loco!» No soy responsable. Mi vida emocional
es gobernada por algo que está fuera de mi control.
«No puedo hacerlo. No tengo tiempo.» Me controla algo que
está fuera de mí: el tiempo limitado.
«Si mi esposa fuera más paciente...» La conducta de algún
otro está limitando mi efectividad.
«Tengo que hacerlo.» Las circunstancias u otras personas
me fuerzan a hacer lo que hago. No tengo la libertad de elegir mis propias
acciones.
Ese lenguaje deriva de un paradigma básico determinista.
Y en su espíritu está transferir la responsabilidad. No soy responsable, no
Puedo elegir mi respuesta.
Una vez me preguntó un estudiante: « ¿Me da permiso para
faltar a clase? Tengo que viajar con el equipo de tenis».
— ¿Tienes que ir, o has elegido ir? —le pregunté.
—Realmente, tengo que hacerlo —exclamó.
— ¿Qué ocurrirá si no lo haces?
—Me sacarían del equipo.
— ¿Te gustaría eso?
—Claro que no.
—En otras palabras, tú eliges ir porque así te lo ordena
la consecuencia de seguir en el equipo. ¿Qué sucederá si te pierdes mi clase?
—No lo sé.
—Piensa. ¿Cuáles crees que serían las consecuencias
naturales de que faltaras a clase?
— ¿Usted no va a echarme, no es así?
—Ésa sería una consecuencia social. Sería artificial. Si
tú no acompañas al equipo de tenis, no juegas. Eso es natural. Pero si no
asistes a clase, ¿cuál sería la consecuencia natural?
—Supongo que no aprenderé.
—Exacto. De modo que tienes que sopesar esa consecuencia
y la otra consecuencia, y elegir. Sé que si yo estuviera en tu caso, optaría
por ir con el equipo. Pero no digas nunca que tienes que hacer algo.
—Entonces elijo irme con el equipo —respondió
humildemente.
— ¿Y mi clase? —objeté a mi vez, con burlona
incredulidad.
Un serio problema del lenguaje reactivo es que se
convierte en una profecía de autocumplimiento.
Refuerza el paradigma de que estamos determinados y
genera pruebas en apoyo de esa creencia. La gente se siente cada vez más
impotente y privada de su autocontrol, alejada de su vida y de su destino.
Culpa a fuerzas externas —a otras personas, a las circunstancias, incluso a los
astros— de su propia situación.
En un seminario en el que yo hablaba sobre el concepto de
proactividad, un hombre dijo: «Stephen, me gusta lo que dice. Pero las
situaciones difieren entre sí. Por ejemplo, mi matrimonio. Estoy realmente preocupado.
A mi esposa y a mí ya no nos unen los antiguos sentimientos. Supongo que ya no
la amo, y que ella ya no me ama a mí. ¿Qué puedo hacer?».
— ¿Ya no sienten nada uno por el otro? —pregunté.
—Así es. Y tenemos tres hijos, que realmente nos
preocupan. ¿Usted qué sugiere?
—Ámela —le contesté.
—Pero le digo que ese sentimiento ya no existe entre
nosotros.
—Ámela.
—No me entiende. El amor ha desaparecido.
—Entonces ámela. Si el sentimiento ha desaparecido, ésa
es una buena razón para amarla.
—Pero, ¿cómo amar cuando uno no ama?
—Amar, querido amigo, es un verbo. El amor —el
sentimiento— es el fruto de amar, el verbo. De modo que ámela. Sírvala.
Sacrifíquese por ella. Escúchela. Comparta sus sentimientos. Apréciela.
Apóyela. ¿Está dispuesto a hacerlo?
En la gran literatura de todas las sociedades
progresistas, se habla de amar, del verbo. Las personas reactivas hablan del
sentimiento. Ellas se mueven por sentimientos. Hollywood, por lo general, nos
convence de que no somos responsables, de que somos un producto de nuestros
sentimientos. Pero los guiones de Hollywood no describen la realidad. Si
nuestros sentimientos controlan nuestras acciones, ello se debe a que hemos
renunciado a nuestra responsabilidad y que permitimos que los sentimientos nos
gobiernen.
Las personas proactivas hacen hincapié en el
verbo amar. Amar es algo que se hace: los sacrificios que se hacen, la entrega
de uno mismo, como una madre que pone un recién nacido en el mundo. Para
estudiar el amor, hay que estudiar a quienes se sacrifican por los otros,
incluso por personas que los hieren. Los padres tienen el ejemplo del amor que
en ellos mismos despiertan los hijos por los que se sacrifican. El amor es un valor
creado por medio de acciones amatorias. Las personas proactivas subordinan los
sentimientos a los valores. El amor, el sentimiento, puede recuperarse.
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