Primer hábito Sea proactivo
Principios de la visión personal
No conozco ningún hecho más alentador que la
incuestionable capacidad del hombre para dignificar su vida por medio del
esfuerzo consciente.
HENRI DAVID THOREAU
Mientras lees estas líneas, trata de tomar distancia
respecto de ti mismo. Trata de proyectar tu conciencia hacia un rincón del
techo y mírate leyendo, con el ojo de la mente. ¿Podes mirarte a ti mismo casi
como si fueras otra persona?
Intenta ahora otra cosa. Pensa en el estado de ánimo en
el que te encontras. ¿Podes identificarlo? ¿Qué estás sintiendo? ¿Cómo
describirías tu presente estado mental?
Pensa ahora durante un minuto sobre cómo está trabajando
tu mente. ¿Es rápida y despierta? ¿Te sentís dividido entre practicar este
ejercicio mental y conjeturar lo que se pretende con él?
Tu capacidad para hacer lo que acabas de hacer es
específicamente humana. Los animales no la poseen.
La denominamos «autoconciencia»; es la aptitud para
pensar en los propios procesos de pensamiento. Ésta es la razón de que el
hombre posea el dominio de todas las cosas del mundo y de que pueda realizar
progresos significativos de generación en generación.
Por eso podemos evaluar y aprender de las experiencias de
los otros, tanto como de las nuestras. Por eso podemos crear y destruir
nuestros hábitos.
No somos nuestros sentimientos. No somos nuestros estados
de ánimo. Ni siquiera somos nuestros pensamientos. El hecho mismo de que
podamos pensar sobre estas cosas nos separa de las cosas y del mundo animal. La
autoconciencia nos permite distanciarnos y examinar incluso el modo en que nos
«vemos»: ver el paradigma de nosotros mismos, que es el más fundamental para la
efectividad. Afecta no sólo a nuestras actitudes y conductas, sino también al modo
en que vemos a las otras personas. Se convierte en nuestro mapa de la
naturaleza básica de la humanidad.
De hecho, mientras no tengamos en cuenta cómo nos vemos a
nosotros mismos (y cómo vemos a los otros) no seremos capaces de comprender
cómo ven los otros y qué sienten acerca de sí mismos y de su mundo. Sin
conciencia, proyectaremos nuestras propias intenciones sobre su conducta, y al
mismo tiempo nos consideraremos objetivos.
Esto limita significativamente nuestro potencial personal
y también nuestra capacidad para relacionarnos con los demás. Pero a causa de
la singular capacidad humana de la autoconciencia, podemos examinar nuestros
paradigmas para determinar si son principios basados en la realidad, o están en
función de condicionamientos y condiciones.
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