Básicamente, hay tres tipos de bienes: los físicos, los
económicos y los humanos. Considerémoslos uno a uno.
Tomemos como ejemplo que compramos un bien físico: una
cortadora de césped eléctrica. La usamos repetidamente sin la menor preocupación
por su mantenimiento. La cortadora trabaja bien durante dos estaciones, pero
después empieza a fallar. Al tratar de repararla, limpiándola, poniéndole
aceite y afilándola, descubrimos que el motor ha perdido más de la mitad de su
fuerza original. Era esencialmente inservible.
Si se hubiera invertido en CP (en la preservación y el
mantenimiento del bien) todavía estaría disfrutando de su P (el césped
cortado). En cambio, hay que gastar más tiempo y dinero comprando otra
cortadora que el que habría gastado de haber cuidado la primera. Simplemente no
es un comportamiento efectivo.
En nuestra búsqueda de resultados o beneficios rápidos, a
menudo provocamos el deterioro de un bien físico apreciado (un coche, un
ordenador, una lavadora o un secador, o incluso nuestro cuerpo). Mantener el
equilibrio entre P y CP determina una diferencia enorme en el empleo efectivo
de los bienes físicos.
También influye poderosamente en el resultado del empleo
de los bienes económicos. ¿Con cuánta frecuencia las personas confunden capital
con interés? ¿Has tomado dinero de tu capital para elevar tu nivel de vida,
para conseguir más huevos de oro? Un capital que mengua tiene una capacidad
decreciente para producir intereses o ingresos. Y un capital menguante llega a
ser tan pequeño que incluso deja de satisfacer las necesidades básicas.
Nuestro bien económico más importante es nuestra
capacidad para ganar dinero. Si no invertimos continuamente para mejorar
nuestra CP, limitamos severamente nuestras opciones. Quedamos bloqueados en la
situación presente, temerosos de la opinión que nuestra empresa o nuestro jefe
tenga de nosotros, económicamente dependientes y a la defensiva. Tampoco esto
es efectivo.
En el área humana, el equilibrio P/CP es igualmente
fundamental, pero incluso más importante, porque son las personas las que
controlan los bienes físicos y los económicos.
Cuando una pareja de casados está más preocupada por
conseguir huevos de oro (los beneficios) que por preservar la relación que los
hace posibles, suelen volverse insensibles y desconsiderados, descuidando las
pequeñas amabilidades y cortesías tan importantes para una relación profunda.
Empiezan a usar técnicas de control para manipularse mutuamente, para centrarse
en sus propias necesidades, para justificar sus respectivas posiciones y
encontrar pruebas de que el otro está equivocado. El amor, la plenitud, la
delicadeza y la espontaneidad comienzan a deteriorarse. Día tras día, la
gallina se va enfermando un poco más.
¿Y qué decir de las relaciones entre padres e hijos? El
niño pequeño es muy dependiente, muy vulnerable.
¡Resulta tan fácil descuidar desde el principio la CP: la
educación, la comunicación, la escucha! Somos mayores, más inteligentes,
estamos en lo cierto ¿Por qué no decirle al pequeño lo que tiene que hacer? Si
es necesario, gritarle, intimidarlo, no moverse de la posición.
También se le puede mimar, recoger los huevos de oro de
la eterna sonrisa, de satisfacer siempre al niño, de dejarle hacer lo que
quiera. Entonces crecerá sin normas ni expectativas internas, sin compromiso
personal alguno con la disciplina o la responsabilidad.
De una u otra manera, la autoritaria o la permisiva,
actuamos con la mentalidad de los huevos de oro.
Uno pretende imponer su punto de vista o agradar. Pero,
mientras tanto, ¿qué sucede con la gallina? ¿Qué sentido de la responsabilidad
tendrá el niño al cabo de unos años? ¿Qué autodisciplina, qué confianza en su
capacidad para elegir o alcanzar metas importantes? ¿Y qué decir de las
relaciones entre ambos? Cuando llegue a los años críticos de la adolescencia, a
la crisis de identidad, ¿sabrá acaso, por su experiencia anterior, que usted ha
de escucharlo sin juzgar, que se preocupa por él como persona? ¿Sabrá que puede
confiar en usted, sin excepciones ni reservas? ¿Será la relación lo
suficientemente sólida como para que usted llegue hasta él, se comunique con
él, influya en él?
Supongamos que queres que tu hija tenga su habitación
ordenada y limpia. Esto es P, producción, huevo de oro. Supongamos que queres
que tu hija la limpie. Esto es CP, capacidad de producción.
Tu hija es la gallina; el bien que produce, el huevo de
oro.
Si P y CP están en equilibrio, ella limpiará la
habitación alegremente, sin necesidad de que se insista en que lo haga, porque
se ha comprometido a hacerlo y sigue la disciplina de cumplir sus compromisos.
Ella es un bien valioso, una gallina que pone huevos de oro.
Pero si tu paradigma está centrado en la producción, en
conseguir una habitación ordenada y limpia, tal vez regañes a tu hija para que
ella se ocupe de la tarea. Podes incluso amenazarla o gritarle cada vez más y,
por tu deseo de conseguir el huevo de oro, minar la salud y el bienestar de la
gallina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario