Para nuestros fines, definiremos el hábito como una
intersección de conocimiento, capacidad y deseo.
El conocimiento es el paradigma teórico, el qué hacer y
el por qué, la capacidad es el cómo hacer. Y el deseo es la motivación, el querer
hacer. Para convertir algo en un hábito de nuestra vida, necesitamos esos tres elementos.
Yo puedo ser inefectivo en mis interacciones con mis
compañeros de trabajo, con mi cónyuge o mis hijos, porque constantemente les
digo lo que pienso, pero nunca los escucho realmente. A menos que encuentre los
principios correctos de la interacción humana, tal vez ni siquiera sepa que
necesito escuchar.
Aunque sepa que para interactuar con efectividad con
otros tengo que escucharlos, tal vez me falte capacidad para hacerlo. Podría no
saber cómo se escucha real y profundamente a otro ser humano.
Pero saber que necesito escuchar y saber cómo escuchar no
basta. A menos que quiera escuchar, a menos que tenga ese deseo, no se
convertirá en un hábito de mi vida. Para crear un hábito hay que trabajar en esas
tres dimensiones.
Hábitos efectivos
Principios y
pautas de conducta internalizados.
El cambio de ser y ver es un proceso progresivo: el ser
cambia al ver, que a su vez cambia al ser, y así sucesivamente en una espiral ascendente
de crecimiento. Trabajando sobre el conocimiento, la capacidad y el deseo,
podemos irrumpir en nuevos niveles de efectividad personal e interpersonal
cuando rompemos con viejos paradigmas que pueden haber sido para nosotros una
fuente de pseudo seguridad durante años.
A veces el proceso es doloroso. Es un cambio que tiene
que estar motivado por un propósito superior, por la disposición a subordinar
lo que uno cree que quiere ahora a lo que querrá más adelante. Pero este
proceso produce felicidad, «el objeto y designio de nuestra existencia». La
felicidad, por lo menos en parte, puede definirse como el fruto del deseo y la
aptitud para sacrificar lo que queremos ahora por lo que queremos finalmente.
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