Uno de los aspectos extraordinariamente valiosos de todo
principio correcto reside en que es válido y aplicable en una amplia variedad
de circunstancias. Veremos algunos de los modos en que estos principios se
aplican tanto a las organizaciones (entre ellas las familias) como a los
individuos.
Cuando la gente no respeta el equilibrio P/CP en su uso
de los bienes físicos en las organizaciones, reduce la efectividad
organizacional y suele dejar a otros una gallina moribunda.
Por ejemplo, una persona a cargo de un bien físico,
digamos una máquina, puede estar ansiosa por causar una buena impresión en sus
superiores. Tal vez la empresa pase por una etapa de rápido crecimiento y
lleguen pronto las promociones. Por lo tanto, este hombre está produciendo en
niveles óptimos: ningún tiempo muerto, nada de mantenimiento. La máquina
trabaja día y noche. La producción es extraordinaria, los costos bajan, las
posibilidades son infinitas. Al cabo de poco tiempo, el hombre obtiene su
ascenso. ¡Huevos de oro!
Pero que pasa con su sucesor en el puesto. Hereda
entonces una gallina muy enferma, una máquina que ya está deteriorada y empieza
a fallar. Tiene que realizar una inversión considerable en mantenimiento. Los
costos se disparan; la utilidad cae en picado. ¿Y a quién se culpará por la
pérdida de los huevos de oro? Al sucesor.
El primer trabajador destruyó el bien, pero el sistema
contable sólo informaba sobre unidades producidas, costos y utilidades.
El equilibrio P/CP resulta particularmente importante
cuando se aplica a los bienes humanos de la organización: clientes y empleados.
Supongamos un restaurante que sirve una exquisita sopa y
habitualmente estaba lleno de clientes.
Después de un tiempo, deciden venderlo, y al nuevo
propietario le interesan más los huevos de oro y toma una decisión: abaratar la
sopa.
Durante más o menos un mes, con costos más bajos e
ingresos constantes, las ganancias crecen rápidamente. Pero poco a poco los
clientes empiezan a desaparecer. Desaparece la confianza, y el negocio declina
casi hasta extinguirse. El nuevo propietario tratará desesperadamente de
revitalizarlo, pero ya había descuidado a los clientes, defraudado su confianza
y perdido el bien de su lealtad. Ya no había gallina alguna que pusiera huevos
de oro.
Hay organizaciones que hablan mucho sobre los clientes y
descuidan por completo a las personas que tratan con ellos: los empleados. El
principio CP dice que siempre hay que tratar a los empleados exactamente como
queremos que ellos traten a nuestros mejores clientes.
Se puede comprar el trabajo de una persona, pero no se
puede comprar su corazón. En el corazón están su lealtad y su entusiasmo.
Tampoco se puede comprar su cerebro. Allí están su creatividad, su ingenio, sus
recursos intelectuales.
Para actuar sobre la CP hay que tratar a los empleados
como voluntarios, tan voluntarios como los clientes, porque eso es lo que son.
Aportan voluntariamente sus mejores dotes: el corazón y la mente.
El interés puesto en los huevos de oro (esa actitud, ese
paradigma) es totalmente inadecuado para extraer las poderosas energías de la
mente y el corazón de otra persona. Un límite a corto plazo es importante, pero
no es lo fundamental.
La efectividad reside en el equilibrio. Centrarse
excesivamente en P da por resultado una salud deteriorada, máquinas
desgastadas, cuentas bancarias en números rojos y relaciones rotas. Centrarse
demasiado en CP es como correr tres o cuatro horas al día, alardeando acerca de
los diez años de vida que eso va a traer a nuestras vidas, sin darnos cuenta de
que los estamos perdiendo en la propia carrera. Es también como no dejar nunca
de ir a la escuela, sin producir, viviendo de los huevos de oro de otra
persona: el síndrome del estudiante eterno.
Mantener el equilibrio P/CP, el equilibrio entre los
huevos de oro (la producción) y la salud y el bienestar de la gallina
(capacidad de producción), suele exigir un juicio delicado. Pero es la esencia
de la efectividad. Equilibra el corto plazo con el largo plazo. Equilibra la
búsqueda del título y el precio de obtener una educación. Equilibra el deseo de
ver una habitación limpia y la construcción de una relación en la que el niño
se comprometa interiormente a limpiarla (con alegría y buena disposición, sin
supervisión externa).
Éste es un principio que podemos encontrar validado en
nuestra propia vida cuando vamos hasta el límite de nuestras fuerzas para
conseguir más huevos de oro, y enfermamos o quedamos exhaustos, incapaces ya de
producir nada; o cuando dormimos bien por la noche y nos despertamos dispuestos
a trabajar durante todo el día.
También podemos advertir su vigencia cuando presionamos a
alguien para imponerle nuestro punto de vista y de algún modo sentimos un vacío
en la relación, o cuando realmente invertimos tiempo en una relación y encontramos
que el deseo y la capacidad para el trabajo conjunto, para la comunicación, dan
un salto importante.
El equilibrio P/CP es la esencia misma de la efectividad.
Esto es válido para todos los aspectos de la vida.
Podemos trabajar con él o contra él, pero ahí está. Es un
faro. Es la definición y el paradigma de la efectividad sobre los cuales se
basan los siete hábitos.
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